“Cepa Chablis” y “Cepa Sauternes”
A finales del siglo XIX, cuando van apareciendo las primeras etiquetas riojanas, y en virtud del modelo francés que se impuso en los primeros riojas de la era moderna, nace la terminología “Cepa Medoc” y “Cepa Borgoña” en los tintos, “Cepa Chablis” en los blancos secos y “Cepa Sauternes” en los blancos dulces. En aquellos años, Burdeos era el futuro en los tintos después de tantos siglos de mediocridad. La palabra Medoc reseñada en las etiquetas era un label de calidad, hasta el punto de que Rafael López Heredia creó una marca: Viña Medokkia, aludiendo a la zona francesa.
En los blancos, la zona de Chablis representaba el modelo francés de los sabores secos. Un concepto que tuvo un carácter mundial. Un vino que en la “Belle Epoque” se bebía en París en cantidad y con fruición por su ligereza y acidez. Durante el primer tercio del siglo XX y bajo esta designación, algunas marcas de blancos tuvieron cierta notoriedad, como los de Marqués de Murrieta, Cepa de Oro de Bodegas Bilbaínas o los Cepa Chablis de Paternina. En cuanto a los blancos endulzados, tuvieron más relevancia que los secos, como el Brillante de Bilbaínas o el Cepa Rhin de Paternina. Incluso hasta los años Setenta últimos, los vinos endulzados, como Diamante de Franco Española, Viña Zaconia de López Heredia, Radiante de la Rioja Alta S.A. o Viña Albina de Bodegas Riojanas, eran objeto de deseo tanto o más que los secos. En algunas etiquetas se reseñaba la expresión “abocado” como semi dulce, por su connotación golosa. Gran parte de estos vinos llevaban malvasía en una proporción respetable por su mayor estructura. Es curioso cómo en las etiquetas de los blancos no endulzados aparecía el término “Blanco Seco” como una excepción ante la proliferación de los blancos endulzados.
Nace el concepto "afrutado"
En un artículo que publiqué hace un año en Vinetur señalaba los vaivenes de la producción de blancos en la Rioja. Hasta 1935, el cultivo de uva blanca era muy importante por el mayor protagonismo que tuvo la crianza de blancos. Después de la Guerra Civil se arrancaron bastantes cepas cuando se vio que no era tan necesario la mezcla con uvas tintas, hasta el punto de importarse legalmente uva o vino blanco de Cataluña. También contribuyó a comienzos de los Ochenta el descenso en el consumo de blancos envejecidos en roble, en favor de la nueva generación de vinos jóvenes afrutados de calidad, gracias al control térmico de la fermentación al aparecer el acero inoxidable. Todo un hito que forjaría una nueva visión del blanco riojano. Por primera vez, el retrato afrutado de la variedad viura se va perfilando con las nuevas elaboraciones, respondiendo a una moda que comenzaba a emerger con los albariños gallegos y los macabeos catalanes. Aun así, el gusto primario de la viura no deslumbraba a mucha gente, enmascarado por los rasgos tropicales de las bajas temperaturas de fermentación. Fue la bodega de Martínez Bujanda la que, a finales de esa década, inició la nueva moda de “fermentación en barrica” con un excelente trabajo de lías y batonaje que proporcionaba mayor cuerpo y complejidad, lejos de los sabores amaderados de sus predecesores. Era el primer guiño borgoñón que en los años Noventa se extendería en la Rioja. En ese sentido, Benjamín Romeo rescata la malvasía y garnacha blanca para incorporarla a la omnipresente viura con el blanco Qué Bonito Cacareaba.