La prehistoria del blanco de Rioja

31 May 2022

De todos es sabido que el retrato del rioja es básicamente de “color rojo rubí”, aludiendo al envejecimiento del tinto en barrica, mientras que el blanco ha sido utilizado en pequeña proporción en el ensamblaje con el tinto y algo menos para ser criado también en madera. En estos últimos años, con un repunte en el consumo de los blancos, la Rioja ofrece una mayor oferta de calidad y variedad. Esta es la historia del pasado del blanco riojano.

Si nos remontamos al siglo XVII, podemos encontrarnos con la supremacía del blanco en la mayoría de los rincones de España. Incluso en Haro, cuando en 1689 se contabilizaron más de 36.000 cántaras de blanco frente a los 6.000 de tinto. Es en el siglo XIX cuando el vino blanco se supeditaba a la producción de tintos para añadir una punta de acidez y ligereza, más allá de que en siglos anteriores las cepas blancas y tintas estaban mezcladas en el viñedo.  Al ir apareciendo las primeras marcas de blanco criados en roble a finales de ese siglo y principios del XX, deja de ser una bebida popular de siglos anteriores, alcanzando una categoría superior y configurar con el tinto la histórica imagen del “gusto único” del vino riojano criado en barrica.

Los blancos no se amparaban en el carácter de la variedad o en el factor frutal, sino en los rasgos producidos por la crianza en barricas. Se huía de cualquier matiz que identificara un vino joven y, por lo tanto, barato. Las altas temperaturas de fermentación eliminaban la posibilidad de dejar un mínimo rastro de su origen primario. Pero, además, el vino permanecía no menos de un año en grandes tinas de madera antes de pasar a las barricas (siempre viejas), antes de que se impusiera los depósitos de cemento. Los innumerables trasiegos eran una labor imprescindible para afinar, sin que importara si ello implicaba perder los rasgos primarios del vino. Es cierto que los periodos de envejecimiento de los blancos eran más cortos para evitar el exceso del roble, al considerarse que, sin el esqueleto tánico del tinto, en un blanco el sabor a madera sería desmesurado y, por otro lado, el roble permitía sostener el vino en el tiempo.

Barricas viejas

Un ejemplo que aún subsiste es el de las Bodegas López Heredia Viña Tondonia, cuyos vinos, tanto los blancos, tintos e, incluso, rosados no se comercializan más jóvenes de 10 años. Hoy se están redescubriendo gratas sorpresas en vinos blancos con varias décadas de vejez, que aminora el gusto a roble en favor de una envidiable complejidad reductora en botella.

El blanco más icónico de los secos en la historia riojana ha sido el Monopole de CUNE. Un vino que nació en 1915 de la mano de Pedro Juan Galíndez y de la Quintana, entonces presidente del Consejo de Administración de la compañía.  Fue el primer vino blanco español registrado como marca y sus características respondían al modelo de entonces envejecido en barricas viejas.  El mítico enólogo Ezequiel García, que trabajó en la casa desde el año 1959 hasta 1974, llevó la marca a la fama, permitiéndose los arrestos de añadir un pellizco biológico de manzanilla para darle un sello especial.

Imagen antigua Compañía Vinícola del Norte de España (CVNE)

“Cepa Chablis” y “Cepa Sauternes”

A finales del siglo XIX, cuando van apareciendo las primeras etiquetas riojanas, y en virtud del modelo francés que se impuso en los primeros riojas de la era moderna, nace la terminología “Cepa Medoc” y “Cepa Borgoña” en los tintos, “Cepa Chablis” en los blancos secos y “Cepa Sauternes” en los blancos dulces. En aquellos años, Burdeos era el futuro en los tintos después de tantos siglos de mediocridad. La palabra Medoc reseñada en las etiquetas era un label de calidad, hasta el punto de que Rafael López Heredia creó una marca: Viña Medokkia, aludiendo a la zona francesa.

En los blancos, la zona de Chablis representaba el modelo francés de los sabores secos. Un concepto que tuvo un carácter mundial. Un vino que en la “Belle Epoque” se bebía en París en cantidad y con fruición por su ligereza y acidez. Durante el primer tercio del siglo XX y bajo esta designación, algunas marcas de blancos tuvieron cierta notoriedad, como los de Marqués de Murrieta, Cepa de Oro de Bodegas Bilbaínas o los Cepa Chablis de Paternina. En cuanto a los blancos endulzados, tuvieron más relevancia que los secos, como el Brillante de Bilbaínas o el Cepa Rhin de Paternina. Incluso hasta los años Setenta últimos, los vinos endulzados, como Diamante de Franco Española, Viña Zaconia de López Heredia, Radiante de la Rioja Alta S.A. o Viña Albina de Bodegas Riojanas, eran objeto de deseo tanto o más que los secos. En algunas etiquetas se reseñaba la expresión “abocado” como semi dulce, por su connotación golosa. Gran parte de estos vinos llevaban malvasía en una proporción respetable por su mayor estructura. Es curioso cómo en las etiquetas de los blancos no endulzados aparecía el término “Blanco Seco” como una excepción ante la proliferación de los blancos endulzados.

Nace el concepto "afrutado"

En un artículo que publiqué hace un año en Vinetur señalaba los vaivenes de la producción de blancos en la Rioja. Hasta 1935, el cultivo de uva blanca era muy importante por el mayor protagonismo que tuvo la crianza de blancos. Después de la Guerra Civil se arrancaron bastantes cepas cuando se vio que no era tan necesario la mezcla con uvas tintas, hasta el punto de importarse legalmente uva o vino blanco de Cataluña. También contribuyó a comienzos de los Ochenta el descenso en el consumo de blancos envejecidos en roble, en favor de la nueva generación de vinos jóvenes afrutados de calidad, gracias al control térmico de la fermentación al aparecer el acero inoxidable. Todo un hito que forjaría una nueva visión del blanco riojano. Por primera vez, el retrato afrutado de la variedad viura se va perfilando con las nuevas elaboraciones, respondiendo a una moda que comenzaba a emerger con los albariños gallegos y los macabeos catalanes. Aun así, el gusto primario de la viura no deslumbraba a mucha gente, enmascarado por los rasgos tropicales de las bajas temperaturas de fermentación. Fue la bodega de Martínez Bujanda la que, a finales de esa década, inició la nueva moda de “fermentación en barrica” con un excelente trabajo de lías y batonaje que proporcionaba mayor cuerpo y complejidad, lejos de los sabores amaderados de sus predecesores. Era el primer guiño borgoñón que en los años Noventa se extendería en la Rioja. En ese sentido, Benjamín Romeo rescata la malvasía y garnacha blanca para incorporarla a la omnipresente viura con el blanco Qué Bonito Cacareaba.

La Rioja

Antigua bodega de Rioja

Invasión de las cepas globales

Sorprende la lentitud por parte de los Consejos Reguladores de las Denominaciones de Origen en modificar el pliego de condiciones que, como el de la Rioja, le cuesta incorporar medidas en la mejora de la calidad, incapaz de anticiparse a las bodegas. Sin embargo, esta DO fue demasiada rápida en instituir en el año 2008 variedades globales como chardonnay y sauvignon blanc y la de globalidad nacional como la verdejo. Sospecho que ha sido consecuencia de la presión de los grandes grupos vinícolas para atender la demanda del lineal del supermercado. Se repiten las prisas que ocasionó la irrupción en la D.O. Rueda de la cepa sauvignon blanc para que el vino de Rueda oliera más y mejor, mezclándose con la verdejo sustituyendo a la viura, con la creencia de que a esta uva castellana le faltaba aroma. Otro tanto ocurrió en la Rioja con la viura, sin intentar investigar esta variedad a fondo e, incluso, a otras también tradicionales como garnacha blanca, malvasía o calagraño. Es en este siglo cuando algunos monovarietales de viura alcanzan puntajes de 94 y 95, como Capellanía de Murrieta, Mártires de Bodegas Allende o Paraje del Infierno “El Judas” de Barco del Corneta y que demuestra el escaso conocimiento de las posibilidades que existía de esta cepa en tiempo pasado.

Nadie duda de que estas tres castas foráneas tienen calidad, con excelente gestión en viñedo y carácter, pero tuvo que ser la iniciativa de algunas bodegas, como la de Juan Carlos Sancha y el muy respetado investigador Fernando Martínez de Toda entre otros para, no solo potenciar las otras vides tradicionales, sino también rescatar y poner en valor otras tan antiguas como tempranillo blanco, turruntés y maturana blanca.  

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

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