Ezequiel Franco, 38 años, es un castellonense criado en Cembranos, a pocos kilómetros de León. Hace más de 10 años llegó a China de la mano de una empresa de cerámica, alternando con la enseñanza de baloncesto a los párvulos locales. Del baloncesto tiene raíces en el equipo Amics y en el Vila Real castellonense, con su estatura de 1,85 y las habilidades propias de un jugador profesional. Cuando un accidente muscular frustró este oficio, pensó que su futuro iría por otros derroteros. Un día, contemplando el estallido lumínico de Pudong, el “manhattan de Shanghai” y la opulencia de esta ciudad de 25 millones de habitantes, pensó que su destino estaría en China. Buscó trabajo y se colocó en la empresa de uno de los más importantes importadores de vino francés, aunque especializado en grandes volúmenes. Aprendió con la práctica, pero pronto se dio cuenta de que lo más interesante era entrar en el universo de vinos de alta gama, y así montó su propia empresa, Franco Wine Merchant.
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Los chinos han descubierto que el vino y los otros géneros cosmopolitas, están insertados en la civilización occidental, sobre todo en la europea. Ellos no han pasado por la primera fase de bebida alimentaria, al no tener una tradición vitivinícola, y van derechos a la bebida social. Ezequiel sabe que el reclamo en China era crear escenarios de seducción con la música, restaurantes estilosos, los brillos de la noche, vestuario iconoclasta y gente divertida dentro de un aire mundano. Todo ello para potenciar sus cenáculos sensoriales, con él como protagonista físico, a base de catas y presentaciones de sus vinos. “No podemos olvidar -señala Ezequiel- que el vino es un producto extranjero revestido de una cultura milenaria que resulta más fácil introducir rodeado de bienes que todos ellos conocen: el lujo. La clave es que yo les hablo en chino porque el inglés, que es la herramienta mundial para darse a conocer, no es suficiente en este país. China no es solo Shanghái y Pekín. Yo recorro la China profunda, en donde no tienen la menor idea del inglés. Admiran y se fían más de un extranjero que habla su idioma porque entienden que sabrá más de vinos que un autóctono”. Ezequiel, que tiene varios cursos del Wset, ha viajado por los más importantes países vitivinícolas. Tiene un desparpajo que a los chinos les inhibe de su cierta severidad oriental. Le dan más importancia al mensajero que al mensaje. Sus cursos de cata tienen más de divertimento sensorial, poniendo el acento en la cata comparativa y que ellos capten las diferencias entre un vino y otro, sin exigirles el por qué para no ponerlos en un aprieto. Reconoce que la mayoría de los exportadores de cualquier país inciden en los 25 millones de habitantes de Shanghái en donde uno, más o menos, se puede mover con el inglés. En cambio, en el resto del país habitan 1.400 millones, con ciudades con bastante potencial económico, con nulo conocimiento del idioma británico e, incluso, les fastidia que las ventas y degustaciones se hagan con traductor. Todo esto lo tiene superado.