Gran Reserva, el vino que más identifica a La Rioja

27 September 2022

He repetido en varias ocasiones que el trabajo de la viña y la elaboración se ha globalizado de tal manera que, si bien hoy se hace el mejor vino de la historia, es casi imposible detectar su origen en la copa si nos referimos, sobre todo, a los tintos. Hoy se hacen vinos más personales que la intención de entretenerse en la identificación geográfica. Sin embargo, la Rioja es la zona del mundo en donde se produce un vino diferente que lleva a sus espaldas su propia historia: El Gran Reserva.

Esa distinción se debe a la larga crianza en roble, los numerosos trasiegos del antiguo modelo Médoc y la barrica de roble americano imprescindiblemente vieja. La clave principal de un “gran reserva” es recoger las entrañas de una madera curtida por innumerables cosechas y trasiegos en el que desaparece los caracteres primarios de la uva ante la presencia de los caracteres terciarios de la microxidación. Hoy estas prácticas pueden resultar algo obsoletas porque nos trasladan a tiempos pasados, cuando las crianzas eran casi ilimitadas, con el peligro de alguna filtración del vino entre las duelas y los elevados niveles de humedad de las naves de envejecimiento. Hasta bien entrados los años 80, la única manera de lograr temperaturas más bajas era la construcción subterránea con difícil control de los niveles de humedad. Rara era la bodega que no tuviera una barrica deteriorada, de tal manera que gran número de firmas históricas disponían de una tonelería propia, más para sustituir la duela afectada que para fabricar una barrica nueva.

Pasados de moda

Cuando a principios de los años Noventa se puso de moda el vino de gran extracción, de mayor grado alcohólico y color, fruta madura y barrica nueva bordelesa, los “gran reserva” estaban de capa caída. A pesar de que siempre fue el vino más caro de la Rioja, en aquellos años llegaron a venderse casi de saldo. Eran más baratos que los entonces llamados vinos de “alta expresión” y que, además, eran más jóvenes.

Yo mismo me uní al clamor de que estos vinos tradicionales, en su mayoría con notas húmedas y oxidadas, no eran la mejor representación de esta zona histórica. Valorábamos más los nuevos vinos riojanos de Cosme Palacio, los de Miguel Ángel de Gregorio, Benjamín Romeo, los de Eguren, etc.  Los vinos “gran reserva” de Tondonia, Rioja Alta e, incluso, los de Murrieta obtenían puntuaciones bajas y, en realidad, fui muy crítico con ellos. Muy al contrario de los comentarios de los ingleses como Charles Metcalfe, John Radford y hasta el neoyorquino Gerry Daves, que llegaron a decirme que los críticos hispanos nos estábamos cargando el original retrato del rioja, conocido internacionalmente, dando más protagonismo a un gusto a su entender más globalizado como eran los nuevos vinos de aquella década.Un modelo que, según ellos, podía parecerse al de Burdeos, norte de Italia o California. Les dije que quienes podían cargarse el modelo tradicional riojano eran precisamente los propios autores de esos vinos, a los que solo les importaba el culto a lo viejo más que a la calidad del contenido. Eran vinos, sobre todo tintos, con mayor acidez, propia o añadida y sin control térmico durante la fermentación, almacenados en depósitos de cemento durante bastantes meses para así neutralizar sus valores de juventud y frescura, y posteriormente trasladados a unas barricas conservadas en condiciones muy precarias. No íbamos contra un modelo tradicional sino de la mala aplicación de ese modelo. Los críticos ingleses citados, conocedores como pocos de los vinos mundiales, no reparaban en los defectos inherentes de los malos añejamientos en barrica vieja, porque entendían que estos rasgos eran congénitos a los largos añejamientos en las viejas barricas. Vinos que les parecían, con razón, muy diferentes en aquellos años cuando comenzaba a primar de un modo global el “modelo Parker”, citado hasta la saciedad. Históricamente, los ingleses han sido los que más han entendido las largas crianzas en madera como un sello muy español, inspirados en los amontillados y olorosos y en nuestra fama de contar con más barricas del mundo y por eso, creo, que eran algo indulgentes con los GR.

José Peñín en la bodega Marqués de Riscal (1987)

Pequeña historia de los “Gran Reserva”

El término Reserva y Gran Reserva ha sido históricamente un subtítulo que otros países, como Italia, Chile, Portugal o Argentina, han adoptado no tanto por su amplitud de crianza sino como un vino especial, un “vino reservado” para una mejor ocasión de venta, capaz de continuar en bodega su lucha con el tiempo. 

Cuando comencé a visitar las bodegas riojanas en los Setenta me explicaron que el único vino que se elegía desde un principio para ser GR se elaboraba de un modo diferente, de manera que pudiera sortear los obstáculos de la mayor permanencia en barrica. La vejez era un valor añadido. En cambio, el vino de “crianza” y “reserva” prácticamente eran del mismo género cuando, por pura estrategia comercial, un crianza podía convertirse en muchas ocasiones en un reserva si permanecía en la bodega más tiempo en botella, vendiéndose a un precio superior. El propio Reglamento riojano solo diferencia el “reserva” por los dos años mínimo en botella.

Nave de barricas, Viña Tondonia

En cambio, el “gran reserva” es de otra liga.  Cuando en aquellos años preguntaba si por curiosidad podía catar el vino destinado a GR antes de pasar a la barrica, me respondían con evasivas asegurando que el vino no me iba a gustar por su color muy intenso (entonces no se llevaba), su astringencia tánica y acidez, sostenes para un envejecimiento seguro. En aquellos tiempos, no todas las añadas servían para GR. Los racimos debían ser más maduros, con una mayor extracción de color y taninos, con encubados más largos e, incluso, con acidez añadida para no sucumbir a base de innumerables trasiegos y las microoxidaciones en las barricas, lo cual suponía pérdidas de la acidez y un redondeo de los taninos. Incluso a veces  descubrimos que en algunos vinos viejos los taninos están planos. El tiempo en madera no dependía de límites. Las barricas eran más recipientes de almacenamiento, embotellándose bajo pedido. El vino podía permanecer en barrica como mínimo 5 años sostenidos, no solo por su fortaleza sino también por ciertas prácticas mezcladoras con vinos más jóvenes o, incluso, más viejos. 

El redescubrimiento del Gran Reserva

La gran sorpresa fue Castillo Ygay 2001 Gran Reserva. Cuando en la Guía Peñin 2010 un vino tradicional como este de Murrieta alcanzó los 97 puntos, sentí cierto desasosiego por si nos habíamos pasado de frenada. Algunos colegas no estaban de acuerdo con esta evaluación por considerar que estos vinos estaban pasados de moda. Fuimos los primeros en atrevernos a llevar a los cielos un GR, cuando ya habíamos demostrado que las puntuaciones más altas, no solo las de la Guía sino también las reseñas y valoraciones de los demás, se otorgaban a la nueva generación de tintos riojanos. Por lo tanto, poner a este vino en el Podio debía ser por algo. A esta excepción se sumaron más tarde los demás críticos, apareciendo en sus notas toda una cascada de vinos de este porte, como los Tondonia, los 904 y 890 de Rioja Alta, Muga, entre otros, hasta llegar al momento presente en que estos vinos se hallan entre los preferidos de la crítica nacional e internacional.

Botellero antiguo en R. López de Heredia Viña Tondonia

¿Qué había pasado? Simplemente que estos tintos, sin abandonar el modelo de evolución oxidativa clásica, aparecían limpios, fruto de una regeneración de las barricas viejas, muchas de ellas anteriormente infectadas de TCA. Vinos con una complejidad terciaria de especias finas y toques de habano, ebanistería y cuero, pero muy vivos, redondos y sabrosos. Con estos “nuevos clásicos “, como era el Castillo Ygay, aprendí que los largos envejecimientos en roble no significan un exceso de madera, como hasta ese momento creía, sino descubrir la complejidad de los valores terciarios, siendo innecesario incluso el aporte de la fruta. Si éramos capaces de puntuar muy alto los olorosos y amontillados como también los rancios mediterráneos por su riqueza de matices especiados de las crianzas oxidativas ¿Por qué no íbamos a hacer lo mismo con los excelentes “gran reserva”, si al fin y al cabo no dejaban de ser un leve guiño de los grandes vinos del sur?   

Así están hoy los “gran reserva “más clásicos y más puntuados en la Guía Peñin 2023 que mejor identifican al rioja de toda la vida:

99 Rioja Alta 890 cosecha 2010

97 Rioja Alta 904 cosecha 2015

97 Marqués de Riscal 2016

96 Castillo Ygay cosecha 2011

95 Prado Enea cosecha 2015

94 Viña Tondonia 2010 (es un reserva, pero con una crianza de G.R.)

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.