La propiedad pertenece a su padre, Jean Pierre Moueix y a Madame Lily Lacoste, ambos fuera de escena por su avanzada edad. Aunque Moueix es la quintaesencia del negociante de vinos bordelés de prestigio, existe una atmósfera financiera y mercantil que resta fastuosidad al nombre de Petrus, un chateau abierto en horas de oficina y utilizado como locomotora para vender los vinos de las otras marcas pertenecientes al Grupo. En su conjunto, el fin es prestigiar con estos chateaux el apellido Moueix, aunque la rentabilidad de los grandes y prestigiosos Crus se ponga en duda al cambiar de dueños constantemente.
Christian confiesa que Petrus es rentable directa e indirectamente. "En España ocurre lo mismo con Vega Sicilia, ¿no? Aunque es un vino, por cierto, me gusta mucho, que se vende muy tarde, nosotros por el contrario vendemos los vinos en 'primeur'. El 87 está agotado y obtenemos, por tanto, ingresos inmediatos y, en consecuencia, tenemos facilidad para jugar con los capitales”. Christian parece no entusiasmarse con la conversación. Se halla incómodo de no poder deslumbrar con alguna respuesta brillante y, por otro lado, no suelta prenda que pudiera trastocar el espíritu de discreción e inaccesibilidad de la casa.
La bodega está enclavada en la zona de Pomerol, al norte del área vitivinícola de Burdeos. La fama de los pomeroles surgió en los años 40 cuando madame Loubat, llamada la gran dama del Pomerol, impulsó la calidad y rango de la zona hasta que en 1961 murió, dejando su herencia a su nieta madame Lacoste y a su sobrino monsieur Lignac, este último vendería las acciones a Jean Pierre Moueix que, desde 1964, viene llevando los destinos de la santa casa.
EL MISTERIO DE LA ARCILLA NEGRA
Los escasos turistas que recalan en la bodega, ya que Petrus algo les debe sonar, no reparan en lo verdaderamente excepcional que es el suelo. Un horizonte auténticamente de lujo donde Jean-Claude Berrouet, el enólogo más prestigioso de Burdeos, estampa su firma. Él es el responsable de que la cosa esté a la altura de las circunstancias. Llamado el joven Peynaud, alusivo al gran santón de la enología francesa, contrata de un plumazo a 180 vendimiadores para que en tan solo dos tardes dejen sin racimos las mimadas cepas de merlot, que se erigen sobre una extraña arcilla negra que se pega a la suela del zapato y que cubre sus casi 11 hectáreas. Así se logra la exacta proporción de azúcar en todas las cepas.