P- ¿No es caer en una vulgarización del consumo del vino? Si les gusta el azúcar, démosles azúcar….
R- No debemos ser talibanes del vino. No hay una sola respuesta, un único criterio que funcione. Esta semana en el Observatorio Europeo vamos a hablar de tres grandes líneas que se van a seguir en el sector vitivinícola mundial. Por una parte, el apoyo a los vinos tradicionales. No me rindo a la evidencia de que los vinos clásicos vayan a desaparecer o caigan de una forma drástica. Creo que todavía se puede respaldar, posiblemente apoyándonos más en la imagen del vino, por sus efectos medioambientales y su conexión con los medios rurales, lo que supone el reflejo del terreno, de la tierra, de la zona... Se puede hacer algo para defender el consumo de vinos tradicionales.
También creo que se puede hacer mucho desde el punto de vista individual, legal e institucional para defender los nuevos vinos. Si hay un tipo de consumidor que le gustan esos blancos, vamos a hacer blancos. No es pecado. Si ahora resulta que, y pongo un ejemplo que espero no se malinterprete, que el chacolí que gusta es un poco diferente al clásico, pues a lo mejor deberíamos adaptamos un poco y no pasa nada. O el rosado de Navarra y la pelea de si debe ser pálido provenzal o un clásico de garnacha intenso. Bueno, ¿es pecado hacer un provenzal? A lo mejor es que hay un consumidor para cada uno de ellos.
Y hay un tercer elemento que también está ahí en el que debemos ir pensando, que es aceptar y apoyar la reinvención del vino o de algunos vinos. Es más radical, pero lo estamos viendo con el Aperol Spritz, el Porto Tonic, los mostos parcialmente fermentados, las sangrías o los tintos de verano…. Se trata de buscar nuevos consumos de vino. ¿Es eso pecado? No tiene por qué ser uno sólo de los tres.
Hay conexiones entre unos y otros. Yo me puedo tomar un tinto de verano un día de agosto en la playa, y a mediodía o por la noche tomarme un buen blanco o con una carne un buen tinto. Y soy la misma persona. Ni siquiera hablamos de consumidores diferentes.
Y por supuesto se puede entrar a un joven con un vino fresco, agradable, como un mosto parcialmente fermentado de baja graduación y luego, en otro momento, que pruebe un vino diferente. ¿Es eso un crimen contra el vino? Es una transformación.