Pese a las dudas suscitadas, el vino llegó ahí, y lo hizo como llegan las nuevas ideas, imperfecto, sin pulir. Fue un primer paso, una primera cosecha que dio paso a una segunda y luego a una tercera, hasta que la elaboración empezó a brillar, un brillo que llamó la atención de los prescriptores, de los productores de la zona y de los consumidores.
El gran salto que ha dado paso al punto de inflexión que mencionábamos al principio de este artículo es precisamente centrar su comunicación en esta nueva tipología de vinos tintos. Estas elaboraciones tuvieron que impactar en la conciencia de los productores, hasta el punto de que hoy son muchos los que apuestan por estos vinos, y todo ello a pesar de que tienen una estructura media baja, lo que implica una menor capacidad de envejecimiento, al menos hasta que alguien demuestre lo contrario.
Es digno de elogio cómo la D.O., a pesar de lo denostada que esta variedad estuvo en el pasado, ha sido firme a la hora de apostar por esta uva y de mantener su criterio a pesar de todo, hasta el punto de transformar lo negativo en positivo.
En nuestra última incursión a esta variedad tres vinos deslumbraron sobre el resto: La Font Voltada 2016 T C (Abadía de Poblet), con 93 puntos; Julieta 2019 T (Josep Foraster), con 92 puntos; y La Font Voltada 2017 T C (Abadía de Poblet), con 92 puntos. Si bien existen muchos más ejemplos con los que poder disfrutar del estilo fresco y suave de sus vinos, como Mas de la Pansa Trepat 2017 (91), Josep Foraster Trepat 2019 (91), Pólvora 2019 T (91), Carles Andreu Trepat 2018 (90), Domenio Trepat 2016 (90), Les Gallinetes 2019 (90) o Abadía de Poblet Negre 2018 (90).
No todo es trepat en la Conca
A pesar de este cambio de tendencia y de esta apuesta argumental por los vinos más suaves, los dos vinos más valorados de la Conca a día de hoy pertenecen a la bodega Familia Torres. El tinto de ensamblaje Grans Muralles 2017 (95 puntos), una mezcla de garnacha, cariñena, querol, monastrell y garró, y que en los últimos años se ha definido como un modelo de rescate de algunas variedades ocultas catalanas como la garró y la querol; y el blanco de chardonnay, Milmanda 2018 (94 puntos), primer vino en poner a la D.O. en el mapa vitivinícola mundial, son la cúspide de la pirámide. Ambos conviven en un estilo que busca la elegancia del vino estructurado, una suerte de doma enológica con excelentes resultados y con una capacidad de guarda por delante. Los caminos del vino son inescrutables.