Hace unos días se presentó la Guía Michelin 2021 con las limitaciones que impone el virus famoso. Como era de esperar, el acontecimiento no tuvo las luminarias hollywoodienses de anteriores ocasiones, pero lo importante era el nuevo contenido de la célebre guía roja. No voy a entrar en la justicia o injusticia en la concesión de sus estrellas. Para ello ya están otros colegas más capacitados que yo para el empeño, sino en la dimensión mediática, la tensión que provoca la concesión de estrellas y una pequeña historia de las guías patrias.
Las “otras” guías nacionales en papel han desaparecido. La Repsol ha tenido que recurrir a lo digital pero ya no es lo mismo. Sin embargo, ninguna publicación ha sido tan criticada como la Michelin. No tanto por los usuarios sino por los cocineros no elegidos que, cuando más tarde obtienen una estrella, saltan de alegría con un nudo en la garganta de felicidad. Igual ocurre con los periodistas del gremio, que cada uno hace su lista particular.
Todo esto al final acaba por encumbrarla más aún. Sus estrellas no solo son una calificación sino un premio, incluso una moneda de cambio. Para los que anteponemos el plato más que la sala –somos bastante menos de lo que nosotros mismos pensamos- vemos que la Michelin en España no cuadra como en Francia. Sin embargo, no podemos olvidar que algunos de los más estrellados allende los Pirineos, con una cocina impecable, posiblemente ortodoxa, pero de menor creatividad, alcanzan esa categoría por el alto nivel de toda una serie de conceptos como servicio, bodega, confort, sumillería, decoración, distinción, representatividad y esto también debería contar más en España, algo menos sensible a estas concepciones. Es posible que esa insensibilidad esté más en el cuerpo de los críticos que en los comensales, los cuales ponen mayor precisión en evaluar el plato que todo lo demás. De ahí que algunos restaurantes no alcancen en la Guía roja la valoración que entienden los expertos nacionales. En el restaurante, sobre todo al pasar de dos a tres estrellas, hay que juzgar con más precisión los más mínimos detalles. A esos niveles, el escenario de la sala y sus actores tienen una relevancia absoluta. No estoy tan en desacuerdo con los criterios de la Michelin, sin embargo, me aburre por la frialdad de sus códigos y señales y una falta de prosa que identifique mejor el establecimiento.