En los últimos tiempos no hay debate, frase u opinión que no mencione lo del “cambio climático”. Aunque todavía tienen cierta vigencia los conceptos de los microclimas vinculados al terroir o de los mesoclimas relacionados con los valles o parajes, se habla menos de las influencias de los tres modelos de climas en España: atlántico, mediterráneo y el mixto de ambos con el continental.
Este asunto lo escribí en la revista Sibaritas de diciembre del 2000 cuando las irrupciones saharianas y las inundaciones imprevistas eran una rareza. Con las actualizaciones pertinentes vuelvo a repasar el artículo. Hoy las diferencias entre las distintas zonas climáticas de nuestro país siguen siendo las mismas con dos o tres grados de temperatura más y con los mayores conocimientos enológicos y vitícolas que permiten igualar en cierta manera los estilos regionales, aunque persistiendo la influencia de los citados climas de España.
España es quizá uno de los pocos países del mundo (quizá el único) que, en un territorio tan limitado, esté sometido a un mayor número de diferentes condiciones atmosféricas. Así es gracias a su situación fronteriza entre las dos influencias más generalizadas: clima atlántico y clima mediterráneo. Este hecho se debe a la orografía compleja que constituyen las altas mesetas, los valles fluviales, terrazas, bancales y barrancos.
La escasa pluviometría en gran parte del territorio debido a la autoridad permanente del anticiclón de las Azores en la época vegetativa de la vid, reduce considerablemente el porcentaje de humedad, si lo comparamos con el resto de Europa, incluso con un país mediterráneo como Italia. Todo ello genera unos suelos de escaso nivel orgánico, es decir, suelos pobres y, por lo tanto, obligando a las raíces a profundizar en el subsuelo ante la escasa pluviometría obteniendo una mayor riqueza en minerales, un auténtico chollo para la vid.
La difícil orografía española transforma en pocos kilómetros un vergel (Galicia) en un páramo (León) o en un paisaje africano (los Arribes del Duero) y sobre todo en un gran número de climas de transición entre los dos macro climas vitícolas más importantes: el oceánico o atlántico más húmedo y el mediterráneo más seco.
Estos son los climas que discurren por nuestro territorio y que condicionan sus vinos, salvo que con algún microclima concreto se aleje ligeramente de los retratos que describo a continuación.