Pues bien, aquel vino “raro” era todo lo contrario: color más intenso, predominio de la fruta, que en aquellos años no estaba bien visto, pues se intentaba “desfrutar” el vino manteniéndolo un año en cemento para evitar los gustos que lo relacionaran con un vino joven. Esa expresión “desconocida” de la tempranillo aparecía perfectamente fundida con el roble. Por primera vez, percibí que los olores a champiñón, humedad, madera vieja y vinagrillo que desprendían los suelos de gran número de bodegas riojanas se sustituían por aromas limpios, roble nuevo y fruta, como los que se respiran hoy. Una pulcritud que se estilaba ya en el Medoc bordelés.
Pionero en la crianza en botella
Me llamó la atención que en una de las naves de crianza almacenara tantas botellas en posición horizontal sin etiqueta.
- “Señor Peñín, estas botellas pasan durante un año un periodo de crianza en vidrio antes de su venta para que los picos tánicos y el roble se ensamblen”.
- “Oiga Forner, siempre he creído que los vinos ya envasados durante ese periodo no cambian -le dije un tanto sorprendido-, a no ser que los guarde para dentro de muchos años como testimonio de esta cosecha, como hace Riscal”.
El tinto Marqués de Cáceres iba a contracorriente de las fórmulas riojanas imperantes en aquella época. Lo que nadie sabe es que Forner fue el pionero en sugerir modelos de rioja de corte francés que pocos años más tarde se implantarían en el Reglamento de la D.O.: reseña de la cosecha en las etiquetas, colores más oscuros en los tintos, blancos afrutados sin madera, crianzas más cortas en barricas nuevas y envejecimiento en botella previo a la comercialización, cuando la tradición era embotellar y etiquetar para la venta tan pronto salía de la barrica.
Enrique Forner (fallecido en 2011) era una persona elegante, distante, discreta y educada a la francesa debido a sus tiempos bordeleses. Era duro de roer a la hora de la negociación del precio, algo que no me había ocurrido hasta ese momento con otros vinos. Recuerdo que no se apeaba de las 110 pesetas, un 20 por ciento más caro que los demás riojas de esa añada. Adquirió las buenas costumbres bordelesas de no ceder un palmo en el precio. Dudaba si mis clientes iban a aceptar un vino opuesto al Muga, con más sentido riojano, que tanto éxito tuvo en el club. Eran tiempos cuando los vinos riojanos se exportaban con menos madera. Por eso, gran parte de sus primeras producciones las vendía al extranjero, y alguna botella en dos o tres restaurantes madrileños. El vino lo presenté a mis asociados en mayo de 1976 con un resultado espectacular.
Cuando abandonaba la bodega me fijé en unas cajas de vino ordenadas en palets con la desconocida etiqueta de El Coto de Imaz. Pregunté si esa marca era propia, Forner me respondió que pertenecía a unos empresarios catalanes que, bajo el modelo hoy conocido como “por para”, vendían con éxito en Cataluña embotellado con el vino de la bodega Marqués de Cáceres. Hace unos años descorche la última botella que me quedaba del Coto 1970, cuya etiqueta aparecía con el registro de embotellador de la Unión Vitivinícola, razón social de la bodega de Forner.
Aquel tinto Marqués de Cáceres Crianza creó el perfil de cata que hoy es mayoritario en los vinos de este género: Cereza oscuro, aroma frutal fundido con roble cremoso, cuerpo medio…etc. Una revolución en 1975 y una normalidad en 2021.