Fuimos pioneros en la comunicación del vino (II)
En aquella época, apenas se inauguraban nuevas bodegas de carácter familiar, como sí ocurre ahora.
Incluso en los tiempos de consumo alimentario ya había quienes miraban al vino con la curiosidad y el deseo de saber su origen territorial. En el pasado se presuponía que los vinos con denominación de origen eran mejores y con las diferencias entre unas zonas y otras por sus costumbres, variedades, clima y suelo. No obstante, aunque los consumidores de hoy tienen asegurado un mínimo de calidad muy superior al pasado, se ha perdido la diversidad geográfica, lo cual para un catador más que para un consumidor, supone un cierto desencanto por la dificultad de acertar la zona de un vino. No es que haya cundido el deseo de imitar a los mejores, sino que todos hacen vinos mejores por disponer de más herramientas y conocimientos, intercambiando experiencias con sus homólogos de otras zonas e incluso países. Esto lo he repetido en incontables ocasiones. Ver las diferencias, por ejemplo, entre un tinto de la variedad rufete de la Sierra de Salamanca y una mencía de Cangas de Narcea será harto difícil porque ambos utilizan los mejores métodos y porque sus prácticas son las mejores. La nueva generación de bodegueros, mucho más preparada que nunca, está más pendiente de hacer el mejor vino sin estar al tanto de las peculiaridades de cada zona debido a que posiblemente, desconoce las referencias del pasado, en su mayoría de vinos de menor calidad que los de hoy, pero más identificativos con el territorio. Las posibilidades de producir genialidades en el vino se van reduciendo a medida que se van añadiendo al excelente plantel de enólogos los nuevos valores profesionales, capaces de seguir ahondando en todos los recovecos del suelo, clima, variedades y técnica ¿Pero existen más rincones por explorar? Alguien dirá que lo importante hoy es la diversidad del terroir de una determinada parcela. Sin embargo, para contar ejemplos sublimes de terroir sobran dedos de una mano.
Hasta finales de los 90 he ido buscando aquellos elementos que fueran originales y que delataran las costumbres de cada territorio. Y los he encontrado. La diversidad ha sido el gozo de mis viajes y encuentros con las gentes del vino más apegadas a la tierra que los ha visto nacer. Si dentro de 40 años alguien escribiera sus memorias vinateras desde 2023, estoy seguro de que no habría ni un 10 por ciento de la diversidad que hubo en los últimos 40. La competencia entre las distintas zonas del planeta es bestial. Hoy los grandes vinos que se elaboran en el mundo alcanzan prácticamente las mismas puntuaciones que sus homónimos de las zonas históricas de Europa.
Siento cierto desencanto al pensar en todo lo que vaya a ocurrir en un futuro. La calidad del vino será igual que hoy, que no es poca y además en mayor número de marcas. Me empiezan a aburrir los nuevos emprendimientos más de lo mismo que, sin querer, acaban retratando un cliché de jóvenes, algunos con ciertas raíces campesinas pero urbanitas, con el pensamiento generalizado del respeto al ecosistema con la menor intervención. Todo lo que se ve son fotos de los nuevos viñadores y bodegueros en camiseta, zapatillas, copa en mano en medio de parcelas “únicas” con suelos parecidos. Pequeñas bodegas cuyo relato es el mismo, con vinos predecibles, todos muy buenos porque los “malos” hoy casi serían una novedad periodística. Bodegas con un futuro incierto ante el excesivo boom de ofertas de marcas y los peligros de un consumo que parece haber llegado a su cenit e, incluso, descendiendo. Me apena ver gran número de comunicadores con el afán casi enfermizo de ser los primeros en descubrir nuevos valores del vino sin empaparse de su historiografía y sin pensar si para tantos ejemplos habrá clientes que compren sus vinos después de las primeras 3.000 botellas prácticamente vendidas.
Los cambios que ya se empiezan a atisbar irán por la vía de flexibilización de reglamentos de los métodos de producción y crianza; imposición más rigurosa de la sostenibilidad y respeto del medio ambiente, que atañen a todos los sectores tanto agrícolas como industriales. Se irá reduciendo el gasto de energía en la fabricación de botellas y su utilización para varios usos; se reforzará el envasar en destino y no en origen, evitando el peso de las botellas en el transporte; se generalizará la utilización de envases más grandes, ligeros y ecológicos.
En cuanto al uso del vino, habrá menor idealización sobre la importancia de las cosechas; no existirá el menor prejuicio a la hora de mezclar añadas y vinos de distintos orígenes que ya comienza a verse. Las distancias de calidad entre los vinos de arriba y los de abajo serán menores. La Inteligencia artificial permitirá una seguridad cualitativa en los vinos del lineal que representan el 90 por ciento del consumo y está en manos de las grandes operadoras vinícolas. Los vinos de culto serán más caros, descorchar una botella será un lujo asequible, a fin de cuentas, un lujo.
Tiemblo al pensar que, en ese futuro el vino, a pesar de sus 13º de alcohol en comparación con los destilados, entre en el mismo debate que el tabaco dado que el alcohol tiene un componente adictivo que también puede ocasionar más desgracias que bienestar. Este espíritu actual -a veces excesivo- de la vida sana, lo ecológico y de prohibiciones alimentarias no beneficia al vino. Las tentativas de desalcoholizarlo le restan el valor principal, como es el grado alcohólico, que potencia todos los otros elementos vinculados a la cepa y que son los que imprimen su personalidad. Y eso no es vino. Menos lirismo y chorradas: que si el vino es bueno para la salud, cuando sus escasos valores nutricionales quedan abortados por el grado alcohólico, que es un invento humano y no natural. El impacto de “alcohol cero” promovido por las autoridades sanitarias será más evidente. La prohibición no será tajante dejando su consumo en manos de la moda. Ya en los botellones del fin de semana se están imponiendo las bebidas energéticas analcohólicas. Es el primer aviso.
En aquella época, apenas se inauguraban nuevas bodegas de carácter familiar, como sí ocurre ahora.
Gracias a su experiencia dirigiendo Bouquet en 1980 y Sibaritas en 1992, José Peñín nos cuenta cómo las revistas de vinos en España se comparan desfavorablemente con las anglosajonas y las de países vecinos debido a su insuficiente equilibrio entre diseño, contenido y publicidad.
Con casi 50 años de experiencia en cata de vinos y más de 25 cuadernos de cata, confío en mi memoria para ofrecer una evaluación precisa y detallada de cada vino.