El paisaje vitícola de esta zona de Valladolid se inscribía en la eterna imagen horizontal de Castilla, cuyas cepas eran como montículos vegetales de sarmientos en rastras que a veces se enlazaban unas con otras. A finales de los 60, la localidad que más embotelladores tenía registrados fue Nava del Rey. En la relación oficial de envasadores del año 1975 Nava contabilizaba nombres tan reconocidos como Álvarez y Díez, Bodegas Arias e Hijos de Benito Luque. Otros nombres que hoy perduran, además de los comienzos de Segundo Sanz con los graneles en Medina del Campo, fueron Hijos de Alberto Gutiérrez en Serrada, Félix Lorenzo Cachazo en Pozaldez, o Pimentel en Rueda. Todo ello sin contar con la citada cooperativa de La Seca.
Hubo un comercio de ida y vuelta con Jerez, cuando en los mejores momentos del Rueda se importaba vino de sobretabla jerezano, como también se exportaba bajo cuerda a tierras jerezanas. La palomino se plantó en Castilla después de la filoxera gracias a la facilidad de su cultivo y elevada producción, cuando la verdejo apenas pudo sobrevivir del fatal hemíptero. Más tarde, en los años 60, se cultivó la viura creyéndose que podría resistir el envejecimiento en roble, como era práctica habitual en la Rioja, quedando la verdejo como la tercera cepa en producción. No fue hasta 1995 cuando la cepa castellana se sitúa a la par con la riojana y, a partir de esta fecha, consolidada la D.O., se inicia el despegue de la verdejo.
…Y el después
En el año 1971 no existía el concepto “Vino de Rueda”, sino “La Nava-Tierra de Medina”. Es en ese año cuando Francisco Hurtado de Amézaga, tataranieto del fundador de Riscal en 1860 y director técnico de esta prestigiosa firma riojana, habla con el mítico Emile Peynaud, a quien había conocido unos años antes en Burdeos, siendo su alumno en la Escuela de Enología. Le comentó el interés de la casa por producir vino blanco y poner fin a una historia exclusiva de tintos. "Nunca tuvimos claro que los blancos riojanos estuvieran a la altura de sus tintos, dijo en alguna ocasión Hurtado, refrendado por Peynaud que no tenía buenas referencias de los blancos españoles. Paco le comentó cómo su madre le había contado que en la zona de Tierra de Medina se elaboraba un blanco muy sabroso y que, con el tiempo, se amontillaba. Cosa que a Peynaud le hizo fruncir el ceño. Eran los tiempos en que la “verdeja” (así se llamaba entonces) era una uva más de la mezcla de palomino y viura, señalando a la verdejo como variedad estrella.
A los entonces propietarios de esta firma no les suponía una perfidia a la tradición riojana, pues no le faltaron ganas a Don Guillermo Hurtado de Amézaga, creador en 1860 de esta legendaria firma, de construir la bodega en sus propiedades en tierras extremeñas, en vez de las riojanas de Elciego. Su primer contacto con la verdejo fue cuando Paco Hurtado conoce a Ángel Rodríguez, de la bodega Martinsancho en la Seca, que fue el adalid de la verdejo, mostrándole los grandes valores de esta cepa autóctona.
Viñedos uva verdejo
Cuando en aquellos años comenzaba a perfilarse la frase “para tintos Rioja y para blancos Rueda”, el modelo de vino blanco que reconocía Paco era sin duda el riojano con crianza en roble y con la viura como cepa imprescindible. La larga y fecunda historia de Marqués de Riscal le ha permitido ser pionera en muchos avatares. Uno de ellos, era utilizar el mismo nombre de la marca riojana para etiquetar el vino de Rueda. Esta concesión fue anterior a la creación de la D.O en 1980, así como a la rígida norma riojana que prohibía la utilización de la misma marca para vinos de distintas zonas vitivinícolas, hoy de rabiosa actualidad. Tuvo que llegar el siglo XXI para que Bruselas invalidara este requisito.
Los primeros años del blanco Marqués de Riscal eran eminentemente marquistas y, como dije antes, se elaboraba con verdejo y viura con una ligera crianza en roble de barricas muy usadas. Poco importaba el origen y sí la emblemática marca, que llegó a facturar en la primera mitad de los Ochenta más que los tintos de Elciego. Más tarde, con la adopción de la fermentación controlada y el acero inoxidable, nacía el Rueda de hoy, de color pálido, afrutado, pero sin perder la esencia del cepaje, si bien en aquella época era difícil que una carretada de verdejo no viniera mezclada con palomino, una uva plantada al amparo de su buena disposición para vinos generosos como en Jerez.
En aquellos años, el entorno de Riscal en Rueda era hostil. El vino de entonces era tradicional con ciertas reminiscencias del vino generoso andaluz. Incluso sobre todo en los años 50, se potenciaba el asoleo en damajuanas de cristal para acelerar la oxidación. Esta casa no estaba bien vista en la zona ante lo que se preveía una invasión “industrial” riojana. El hecho de que la firma se abstuviese de elaborar los vinos generosos de la antigua Tierra de Medina, confirmaba esta impresión en el receloso bodeguero castellano, acostumbrado a un vino y comercio tradicionales, sosegado y muy apegado a la tierra. La carretera de Madrid a La Coruña cruzaba la localidad de Rueda. Y allí llegaban los madrileños de paso a comprar garrafas de vino a granel en las tabernas que jalonaban el tramo urbano de la carretera. Eran vinos de un blanco grueso, potente y un poco campesino que yo probé en los Setenta. Un vino que comercializaba entre otros, Segundo Sanz, el padre de Antonio Sanz, apellido de toda una saga de vinos de Rueda. Aquel Rueda que bebía me recordaba a los “sobretabla” jerezanos antes de entrar en las andanas de botas, por su juventud, pero sin ningún rasgo frutal. Era muy difícil que una carretada de racimos de verdejo no estuviera mezclada con la palomino y viura.
Próximo capítulo:
El “blanco nacional”
¿Cómo nació la D.O. Rueda?
Mis primeros amores con la verdejo.
¿El rueda tinto?