Hace unas semanas hubo un debate online organizado por la Fundación para la Cultura del Vino sobre el futuro de las variedades olvidadas a propósito de Terruños, un excelente cuaderno que la Fundación edita cada cierto tiempo y que, en el último número, realiza un profundo examen con distintos puntos de vista de diferentes especialistas.
Es un tema que ya traté en dos capítulos publicados en mi blog Uvas ocultas (I): Castilla la Mancha y Levante y Uvas ocultas (II): Cataluña, y que continuaré en próximas ediciones. En esta serie aparecen por primera vez en España y gracias a la Guía Peñín, los mejores vinos puntuados de estas cepas olvidadas y que ya se comercializan. Es de agradecer que en estos últimos años estas vides adquieran un gran protagonismo, no solo por la decisión de algunos cosecheros de convertirlas en marcas, sino también por crear un nuevo retrato de vinos multivarietales evocando el viñedo medieval del vidago y que vuelve con fuerza desde los años Ochenta.
En el videodebate, que pude ver ayer a través de la revista digital VITIVIN, intervinieron Pablo Álvarez, el pope de Vega Sicilia, Félix Cabello, de la Finca El Encín (IMIDRA), uno de los investigadores más relevantes sobre la genética vitícola y Pedro Ballesteros, gran analista y Master of Wine nacional, con la imponderable moderación de Rafael del Rey, gerente de la Fundación. Una intervención en la que el pragmatismo sin ambages de Álvarez conciliaba con el excelente y sobrado conocimiento técnico de Cabello y la visión más global y analítica de Ballesteros. El tema vertebral giraba en torno a si el rescate de las variedades olvidadas tenía fundamento como alternativa hedonista y comercial en el panorama vinícola nacional.
Bastantes cepas desaparecieron y las que quedaron, más que olvidadas, podemos decir que son supervivientes. Todavía es pronto para determinar si estas castas puedan afectar positivamente al grueso del consumo de vinos. Mi opinión es que, desde la perspectiva del mercado mayoritario, todavía el peso de las variedades globales y de mayor producción de origen francés, italiano y español es muy grande. A fin de cuentas, son las más experimentadas, con sabores nítidos y potentes. Por el momento, es una alternativa para gustadores más expertos en busca de la diferenciación, un nicho de mercado que solo supone un 2 por ciento. La mayor calidad de nuestros vinos actuales y el incremento de la sensibilidad de estos consumidores hacia sabores más telúricos, silvestres y ecológicos han facilitado el auge de estas variedades reconociéndose que, aunque no estén por calidad a la altura de las más conocidas, a cambio aportan nuevos sabores.
¿Por qué han sobrevivido?
La mayoría de estas cepas eran minoritarias porque no maduraban suficientemente (color y grado) como para ser protagonistas en la botella, debido a que eran tardías y su supervivencia se ha debido a que añadían un punto de acidez que no tenían las cepas más notorias. Les faltaban los dos elementos que eran muy importantes en el mercado hasta hace nada: el color y el grado alcohólico.
La recuperación que se está llevando a cabo en estos últimos años se debe a que la técnica actual, tanto en la viña como en bodega, ha logrado en estos vidueños descubrir vinos con más expresión y personalidad. Se ha pasado de una cultura campesina del vino a una cultura universitaria de las nuevas generaciones de enólogos jóvenes. Una generación, incluso, capaz de influir en los enólogos tradicionales e inmovilistas. Lo más importante es que esta juventud enóloga tiene puesta su mirada en la praxis de sus abuelos más que en la de sus padres.