En los últimos tiempos los nuevos viñadores y enólogos están recuperando variedades indígenas en un afán de descubrir nuevos sabores no solo porque la novedad pueda ser un elemento que revele el ego personal, sino por la buena conciencia de trabajar las viñas con pasaporte español y, sobre todo, impulsados por la curiosidad.
Cepas como juan garcía, bruñal, brancellao, souson, rufete, albarín, caíño o albillo son nombres que comienzan a resonar entre consumidores y comunicadores diestros. Pero la nómina de cepas autóctonas no se detiene aquí. Existen otras más numerosas y aún más desconocidas, ocultas entre las viejas hileras de las viñas herederas del retrato medieval del vidago. Os recuerdo -ya lo he reseñado en diferentes artículos- que este término denomina al antiguo viñedo en donde en una misma hilera podían vegetar variedades blancas y tintas de diferentes castas y maduración de racimos. Un paisaje que todavía se puede contemplar en las zonas más retiradas y bucólicas.
Variedades de tercera
Cuando a finales de los Setenta se toma conciencia de la importancia de la variedad en la calidad del vino, la tempranillo se erige como paradigma extendiéndose su cultivo por toda España. Existían vides de primera como la albariño, viura o macabeo además de la citada cepa tinta y secundada más tarde por las castas francesas; de segunda como garnacha, monastrell y verdejo. Pero también existían agazapadas vides de tercera en su papel de comparsas en las mezclas. Cepas capaces de resistir como ninguna los embates de enfermedades y sequias y que participaban en las mezclas bien directamente desde el viñedo o bien en los cupages en bodega.
¿Por qué estas vides no salían a la palestra en su condición varietal? La tradición decía que ninguna de estas castas servía por si sola para ser monovarietal ya que la mayoría no llegaban a madurar del todo por ser tardías y, además, resultaba oneroso vendimiar una cepa aquí y otra allá. Por otro lado, en las limitadas elaboraciones de antaño era muy difícil detectar la personalidad de la uva porque evolucionaban rápidamente en el depósito ya que el papel que se le encomendaba para las mezclas era el color, grado y acidez principalmente. Toda una tradición atávica que en estos momentos está tocando a su fin.
La investigación para descubrir la identidad sensorial de estas cepas está en manos de la nueva y joven casta de enólogos y viñadores, con unos conocimientos técnicos siderales si lo comparamos con las prácticas de antaño. Ellos han logrado mayor protagonismo de un sinfín de castas que en este y en sucesivos artículos trataremos de desvelar clasificados por regiones. No entraré en cuestiones ampelográficas que me aburren soberanamente. Me interesa (como a la gran mayoría) por su condición y valoración gustativa tal y como aparece en la base de datos de la Guía Peñín 2020, buscando en el campo de las variedades (donde aparecen todas las cepas que se vinifican en España) las marcas de más calidad.
El “riñón del vino tinto”
Durante muchas décadas, la región levantina y Castilla-La Mancha han protagonizado el retrato productivista y de comerciantes vinícolas más importante de España. Las cataratas de vino corriente se alimentaban del color y grado de la Comunidad Valenciana (Utiel-Requena, Almansa y Alicante) y del volumen, grado y color de Castilla-La Mancha (Valdepeñas, La Mancha y Manchuela) y del grado alcohólico de Murcia (Yecla, Jumilla y Bullas) a las que el régimen de Franco les concedería el estatus de D.O. (Manchuela, entonces sin D.O., vivía a los pechos de la D.O. Almansa) para otorgar la falsa genuinidad para la exportación. Lo que José del Castillo en su libro Los Vinos de España denominó en 1973 “el riñón del vino tinto”.
En estos últimos 20 años una nueva casta de elaboradores y viñadores están apareciendo en la zona del Clariano y en todo el interior de la región levantina. Algunos de ellos aparecen en este blog. Todos ellos crearon una especie de consorcio, www.terresdelsalforins.com, de intereses comunes entre los cuales está la preservación de lo autóctono en todos los ámbitos y en especial las variedades indígenas. Son 11 bodegas de las localidades Fontanares, Font de la Figuera y Moitxent.
Comenzamos con las vides de la región levantina y Castilla-La Mancha, todas ellas resistentes a la climatología meridional pero frágiles a la humedad. Se han seleccionado las marcas mas puntuadas de la Guía Peñín y otras que aún no han sido catadas por el equipo, pero todo se andará.