La frase oficial tan manoseada como es “beber con moderación”, que algunas temerosas mentes institucionales han incluido en el vino, es el rescoldo de las antiguas maneras, cuando los excesos de beber vino eran más baratos que las mezcolanzas con los destilados de hoy. El vino ha dejado de ser protagonista del alcoholismo y la embriaguez.
No hay noticia que no alabe los valores nutricionales y de salud del vino. Siempre aparece el científico de turno que descubre alguna nueva virtud procedente del vino, como una que me impresionó hace bastantes años de unos sabios yanquis que habían descubierto en la piel de las uvas una enzima que detiene la progresión del cáncer. Como también la fiebre del resveratrol de aquellos años. O que los compuestos fenólicos, o sea, los taninos y la materia colorante de los tintos, poseen propiedades cardiovasculares beneficiosas y que los taninos son un eficaz regulador intestinal.
La nutrición, una dudosa excusa
Todas estas bondades, naturalmente, satisfacen a los que nos dedicamos al oficio del vino. Son las que poseen el reino vegetal comestible, y el vino es hijo de este universo verde. Las verduras, el aceite, las legumbres y las frutas son la esencia de la ahora famosa dieta mediterránea, que hoy en todos los confines del planeta se respeta y se intenta potenciar. Sin embargo, la letra pequeña de todo este asunto es que, si bien los productos citados dejan una huella positiva en nuestro organismo porque no hay límite en su ingesta, en el caso del vino, el alcohol es una barrera para que estas sustancias favorables surtan efecto porque habría que tomar más cantidad de la razonable, y el perjuicio del alcohol sería superior al beneficio de los otros compuestos. El vino sigue sin escapar del famoso terror del alcoholismo y, por lo tanto, se halla en el controvertido ámbito del sinvivir del recato y la limitación. Y todo por ese doce a quince por ciento de etanol, que lleva al delirio al que comienza a beber antes que degustar. Solo es admisible el concepto de "beber" en la ingesta del agua. Todas las demás bebidas deben pasar por la ventanilla selectiva de los sentidos.