¿Como eran los sabores de los vinos de Mesopotamia, Egipto, Roma o Grecia? ¿Los vinos de Jerez del siglo XV eran iguales a los de hoy? Los vinos de Rioja del siglo XVIII no tenían nada que ver con los que se beben en la actualidad.
En el año 2012 publiqué en mi blog este artículo que, como otros muchos, fueron hackeados y por lo tanto desaparecidos. Por ello, reproduzco su contenido con las ampliaciones y correcciones que la experiencia y más conocimientos te impone.
Voy a contaros como si entráramos en un túnel del tiempo, cómo eran los vinos desde el año 2.800 AC hasta la revolución enológica bordelesa del siglo XIX. Esta hipótesis es el resultado de la investigación histórica que tuve que realizar cuando escribí La Historia del Vino (Espasa Calpe) hace 12 años. En el capítulo “Características de los Vinos en su Historia”, en la página 489, analizo las técnicas de cada época deduciendo con una cata los vinos resultantes de dichas prácticas bodegueras trasladadas al conocimiento actual de la enología. La historia te muestra cómo se elaboraban los vinos del pasado con las limitadas herramientas que ellos utilizaban y por pura deducción lógica cuál sería el resultado sensorial.
Defectos aceptados por costumbre
Muchos sabores de antaño resultaban cotidianos, pero hoy no serían admitidos por haber sido evaluados analíticamente como defectos. La enorme diversidad actual de denominaciones geográficas y modelos de vinos, hace difícil caer en el atavismo sensorial con la escasas excepción de algunos consumos rurales que aún subsisten y, por lo tanto, con más fácil identificación de las virtudes y defectos. Si nos queremos acercar a los vinos correctos de siglos pasados basta beber los llamados “vinos naturales” de hoy cuyas características hace tan solo 15 años no eran aceptadas en su mayoría.
Hay que tener en cuenta que los rasgos que describo no hay que interpretarlos desde una visión actual, pues casi todos (al menos hasta la irrupción del clero medieval en las prácticas enológicas) nos pueden parecer defectos. Estas lacras eran consecuencia de las limitaciones, tanto térmicas como antisépticas, de los antiguos modos de elaboración y conservación y, como resultado, no se consideraban defectos debido a la costumbre a esos sabores de aquella civilización.
Conviene recordar que, desde los primeros tiempos, el valor principal del vino era su alcohol y menos sus cualidades especificas (suelo, uva, crianza) tanto en el aspecto visual como en el olfato y gusto, ya que, en general, esta bebida se mezclaba con especias, miel, frutas y hierbas. En los sabores predominaba el dulce, no solo por la adición de miel u otras sustancias edulcorantes, sino por la elevada cantidad de azúcar de los propios racimos, los cuales se vendimiaban a punto de pasa y cuyas levaduras eran incapaces de transformar todo el azúcar en alcohol. Es posible que estos vinos sin adiciones como hoy se entiende, se acercaran a los vinos generosos de hoy. Pero también deduzco cómo eran los vinos corrientes que se consumían en los meses posteriores a la vendimia con un tiempo mucho mas corto de conservación.
El color de los vinos más alcohólicos, tanto en los blancos como en los tintos (muy escasos) y toda la escala cromática entre estos dos, tenían un matiz ocre como resultado de la elevada oxidación por la difícil asepsia y por los intercambios microoxidativos de los envases de barro y los moleculares de las sustancias añadidas. La turbidez era un fenómeno normal al no existir fórmulas de clarificación excepto la decantación cuando reposaban en las vasijas. Tampoco el color y el brillo del vino se tenían en cuenta desde el punto de vista estético, pues tanto su servicio como su ingesta se realizaban en utensilios opacos de barro o madera. El alcohol, además, tenía la propiedad de armonización y disolución de otros sabores añadidos conocidos y apetecibles como el dulce y los gustos de zumos de frutas. Prácticas para disimular las mediocridades de la elaboración o los producidos por la deficiente conservación como los gustos a resina y pez. La mayor o menor graduación alcohólica dependía del añadido de agua o, por el contrario, la corrección con aguardiente. Más tarde apareció el gusto arcilloso y resinoso relacionado con el almacenamiento y transporte.
No hay duda que lo que hoy entendemos como defectos en aquella época era tan normal como los olores pútridos que se respiraban en las calles de cualquier ciudad europea hasta bien entrado el siglo XIX, a cuyas poblaciones, acostumbradas a ello, no les resultaban tan repulsivas como hoy. Las descripciones de gran número de vinos no resultaban tan despreciables para un consumidor de entonces que fácilmente retocaba o “maquillaba” el vino integrando estos sabores añadidos al concepto de bebida donde lo importante -repetimos- era el alcohol.
Los vinos de Babilonia (2.800 A.C)
Después de que el hombre domesticara la uva a partir de las plantas hermafroditas desde su origen silvestre, se puede asegurar que el inicio de las primeras prácticas agrícolas hace 8.000 años se circunscribía a las zonas del Cáucaso: Georgia, el este de Turquía, oeste de Irán, Azerbaiyán y Armenia.
En civilizaciones posteriores, la de Babilonia, más entretenida en los cultivos de regadío, es posible que la producción vitivinícola naciera de emparrados en zonas irrigadas en el entorno de las viviendas. Vinos secos de limitada graduación alcohólica debido a la superproducción y posiblemente mezclados con zumos de frutas y bebidos en los meses siguientes a la cosecha.
Cata
Color ocre y turbio, aroma intenso a bayas, frutos rojos, toques rústicos y herbáceos. Boca con escasa acidez tartárica y alta acidez acética, frente al dulzor intenso y de escasa graduación, bien por adición de agua o por rendimientos altos de la viña.
Los vinos de Egipto (1.500 A.C.)