Estamos en plena euforia de la moda del rosado provenzal. Muchos no lo ven como un rosado por ser tan clarito, cuando en realidad es el auténtico rosado. Ese en el que encontramos en el borde el brillo de pétalo de rosa frente a los de toda la vida que se han elaborado en España cuyo rasgo no era rosado sino granate claro. Podemos decir que por fin hacemos rosados.
Hasta los años Ochenta en España apenas se mencionaba la palabra rosado en el vocabulario enológico y rural. Los vinos de esta especie de la Rioja, Ribera, León y Navarra se denominaban claretes. Lo de “clarete” sonaba bien, incluso el “Cune clarete” que mandaba en los “vinos de la casa” de los restaurantes no dejaba de ser un tinto abierto de color como los rosados de la localidad riojana de Navarrete muy demandados. También fue cierto que el rosado era un subproducto resultante de rentabilizar las partes sólidas para tintar profundamente los tintos gallegos o los “dobles pastas” que se producían en Levante y Castilla-La Mancha. Las cooperativas de Utiel-Requena con la bobal y las de Méntrida con la garnacha dieron buena cuenta de esta práctica.
Entre clarete y rosado
La palabra “rosado” aparece de un modo formal en el Estatuto del Vinos y de los Alcoholes de 1970, hoy derogado, en donde se distinguía el clarete que fermenta parcialmente con las pieles de las uvas (una fórmula que no deja de ser un tinto con menor maceración de las pieles) del rosado que lo hace sin ellas. Algún comunicador despistado todavía ilustra a sus lectores con el antiguo capítulo tachado del Reglamento que diferencia un clarete de un rosado. Sin embargo, cuidado con este término porque fue copiado del francés rosé cuyos vinos se han destacado por el matiz rosa, cuando en realidad los nuestros pasaban del grosella a fresa y, si acaso, a la tonalidad salmón tal y como eran los vinos de Cigales que conocí en los Setenta. Todos creíamos que clarete era una expresión campesina frente a la modernidad de “rosado”.
Hace 40 años en Navarra se vendía más rosado embotellado que tinto. El célebre rosado “Las Campanas” hacía furor en los restaurantes chinos e incluso el entonces Consejo Regulador llego a pensárselo si identificar a Navarra con el rosado. Cuando Bodegas Chivite, con una inteligente campaña publicitaria protagonizada por Juan Mari Arzac, convierte el rosado en un vino de alta gama con el Gran Feudo, este vino comienza una lenta escalada de prestigio en paralelo con una mayor visualización de los tintos del antiguo Reino. Aquellos rosados baratuchos, (algunos eran mezcla de vino blanco y tinto de baja estofa) que reinaban en los restaurantes chinos, comienzan a decaer coincidiendo con la mejora técnica de las bodegas españolas.