Sería deseable que estos bodegueros capaces de producir unos de los mejores blancos dulces de España, decidieran hacer un homenaje a la tradición elaborando con su mejor técnica los antiguos y tradicionales vinos de Málaga. La diferencia del málaga histórico con respecto a los demás vinos dulces peninsulares es el tipo “trasañejo”, fruto de una inteligente combinación entre el arrope y la pasificación de la uva moscatel y pedro ximénez. A este valor hay que añadir los suelos pizarrosos de sus viñedos que logran los mejores y más mineralizados moscateles de España.
La edad de oro del vino de Málaga
La historia de los vinos malagueños no es baladí. Hacia 1487, por voluntad de los Reyes Católicos, se constituyó la primera organización de viticultores conocida como la Hermandad de Viñeros cuyas ordenanzas fueron confirmadas por una Real Cédula datada en Sevilla en 1500. El espíritu de estas ordenanzas parece que inspiró al Estatuto de la Viña y de los Alcoholes de 1970.
Fue en el siglo XV cuando un tonelero inglés, John Alden, llega a las costas americanas en el Mayflower y pensó en las posibilidades del roble americano para la construcción de envases de madera. Para el vino de Málaga la tonelería fue crucial para la crianza y el comercio de estos vinos generosos que, por su dulzor, mejoraría la calidad del vino e incrementaría a su vez la exportación. La palabra sack se empleaba en Inglaterra tanto para vinos dulces como secos. Tiempo después se comenzó a diferenciar el málaga sack de los sherry sack y canary sack. A finales del XVIII, los vinos de Málaga eran más famosos que los de Jerez. Participaba en las grandes subastas londinenses junto a los Tent alicantinos, Canary y oportos.
En ese siglo, a Málaga llegan comerciantes de toda Europa: británicos como Kirpatric, holandeses, alemanes, y franceses como Boussagne, Mongrand, Mimbielle, Lachambre… Aunque a menudo se asocian con industriales españoles, Antonio Ponz lamentó en su Viaje de España que fueran los extranjeros los que disfrutaran de los muchos beneficios que el vino de Málaga producía. Es en el siglo XVIII cuando recibe el nombre de “vino de la montaña” o “mountain wines” a secas, por estar los viñedos situados en los montes que rodean la ciudad, especialmente en la zona norte de la provincia, en el límite con Granada.
A finales del siglo XVIII la producción era de 150.000 hectolitros por año, de los que una tercera parte se destinaba a la exportación, casi una cuarta parte de éstos a Inglaterra, cerca de un quince por ciento a Rusia, un diez por ciento a Holanda, otro tanto a Alemania, y pequeñas cantidades a Francia. También hay constancia de envíos a América a partir de los decretos sobre libre comercio de 1778. Al igual que el vino de Oporto, Tarragona o Madeira, el gran vino de Málaga se criaba por ley en la ciudad de Málaga elaborado en las zonas del interior. Eran los almacenes situados en el puerto y en las calles adyacentes donde la necesidad de estabilización y conservación gracias a la humedad marítima y fácil logística de embarque, obligaron a desarrollar nuevas técnicas.
Comienzos del declive
Si los ingleses siempre han sentido debilidad por los oportos y madeiras y se olvidaron muy pronto del Málaga. En el siglo XX los franceses recogieron el testigo de la sensibilidad británica y lo incorporaron a su casi inaccesible oferta. Hoy ni eso, desgraciadamente su presencia en los mercados es testimonial y, si acaso, nuestros vecinos del norte lo llegan a utilizar para las salsas. Si las cosas no se hubieran hecho chapuceramente elaborando al capricho de los compradores extranjeros, el prestigio estaría, por lo menos, al nivel de los dos míticos vinos portugueses. Nunca se reforzó la imagen de los distintos tipos, ni se incorporó como sello la utilización del arrope o vino cocido para dar color y densidad, por entenderse que era una apariencia de los vinos estufados de Madeira. Incluso el vino de Marsala que “inventara” el comerciante inglés John Woodhouse, se inspiró en el vino de Málaga y no en el de Madeira.