Retratos: Carlos Águila
Poca gente está al tanto de que Carlos Águila cuenta en Twitter con el mayor número de seguidores del vino de este país sin contar a Josep “Pitu” Roca.
Hace tiempo alguien me preguntó si Joaquim Vila era judío, como si fuera esta raíz la única capaz de crear una empresa de éxito de la magnitud de Vila Viniteca. Una pregunta de alguien que no cree que sea una idea de un ciudadano con pasaporte español. Yo, en cambio, a Joaquim (Quim) lo veo como un renacentista del comercio asomado desde su palacio veneciano en el Gran Canal, esperando ver pasar las barcazas repletas de toneles de malvasía para venderla al mundo en el pasado esplendor de la República de Venecia.
En la actualidad, el "palacio" de Quim es un local de trabajo que apenas destaca entre las sombras de una estrecha calle de gatos y vecindad del barrio del Börn barcelonés, escenario de sus correrías infantiles. Además, como si quisiera mostrar sus orígenes, se siente ligado al lugar donde su familia tenía y sigue teniendo un colmado de barrio. Aunque su negocio fue fundado por su abuelo, Joaquín Vila Consarnau, en el año republicano de 1932, es tan solo un dato sentimental. Fue en los primeros años 90 cuando nació el emporio que, junto a su socio Siscu Martí, llegó a revolucionar el mercado con un nuevo modo de vender vinos, años en los que se iluminan sus objetivos y se oscurece su ropaje. Quim, con su nariz aguileña y su traje oscuro permanente (también podrían haber sido para el que me formuló la pregunta otras pistas judaicas del personaje) hoy torpedeado por el blanco de sus jóvenes canas. Quim es algo así como un martillo de poco ruido y Siscu el yunque de terciopelo. Siscu es como el apuntador de una obra de teatro que se cobija en la concha del escenario, pero que no pierde ojo de todo lo que pasa alrededor.
Vila no estuvo en las carreras revolucionarias del mayo del 68 porque estaba entretenido en el vientre de su madre a punto de exclamar “aquí estoy yo”, posiblemente con la media sonrisa lactante. Hoy, a sus 53 años, sigue teniendo la mirada del jovenzuelo travieso que conocí en 1993 cuando me contaba sus proyectos sentados sobre un montón de cajas de botellas y que la Naturaleza, por su parte, lo había situado en el buen camino del vino. Luce esa mirada giocondiana, inasequible al desánimo, alegría o tristeza. Tiene un talante de gomaespuma y un talento intrínseco. Cuando hablas con él, no mueve un músculo que delate si lo que dices le entretiene o le aburre. Su mirada es de cercanía, pero es la misma para todo y para todos, lo cual encierra un cierto misterio para saber qué hay detrás del personaje. Creo firmemente que nadie le conoce en profundidad. A lo mejor no hay más que lo que uno ve en sus maneras. Incluso sospecho que en sus cónclaves de empresa su voz no es más alta que las demás. Ejerce el mando coreográficamente, pero sin que se note. Lo mismo que algunos cocineros presumen de haber pasado por los fogones de El Bulli, bastantes bodegueros presumen de que su vino lo bendiga y venda Quim. Es como un label de calidad. Por eso, ninguna bodega pone el menor obstáculo para colaborar en sus encuentros vinícolas con la presencia insustituible de sus autores. En esa relación con aficionados y su carisma entre sus proveedores, este catalán explora también otros caminos sensoriales con atractivas catas semanales, tanto en su sucursal madrileña, como en su sede del Börn. Más de 6000 vinos le avalan. Vila Viniteca es algo así como el Spotify del vino. Quim también es la diana de algún disidente que se queja de que vende más caro que los demás, al tiempo que otros lo justifican por la inversión en comunicación, enseñanza, salones, premios, documentación, imagen o selección; servicio este que no hacen los demás.
Con sus maneras de sazonar la venta de vinos, con un sólido conocimiento de lo que tiene en sus manos, sabe desbrozar el paisaje humano de quienes lo elaboran y también dar visibilidad a quienes lo beben. Y esto lo hace sobre todo con Cata por Parejas Vila Viniteca. Nombrecito que antaño me evocaba la pareja de bueyes o de la Guardia Civil y hoy el tradicional tratamiento de “mi novio o novia” se sustituye por “mi pareja”, no solo por lo sentimental sino también por la amistad. Me gusta más la Cata de la Amistad porque esa exultante palabra que es la amistad es la que, con el vino, es el pretexto para ser felices durante un día.
Hay un espíritu coubertiniano de participar, de acertar más que ganar, con esta idea de evitar la soledad del catador cuando cata. Es mejor compartiéndola con un amigo, amiga o relación sentimental.
No todo es vender vino aunque sea el objetivo final. Así se las gasta Quim.
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