La palomina blanca, según Simón de Rojas Clemente y Rubio, es la listán común reflejada en su especie vitícola, la cual divide en 15 tribus, una de las cuales es la de los listanes. Este inventario, aunque fue creado precipitadamente, según cita Eduardo Abela en su libro “El Viticultor”, editado en 1885, fue modelo para otros muchos investigadores como Pacottet, Valier, Pierre Galet y Luis Hidalgo. Incluso en 1886 el catálogo de Chaptal del Jardín de Luxemburgo en París, se inspira en Clemente citando a la listán como el nombre de cherés. Así se pronuncia también Esteban Boutelou en su libro “Memoria sobre el cultivo de la vid en Sanlúcar de Barrameda y Jerez de la Frontera” (1807) cuando se refiere a la listan por ser más temprana y la más típica de la zona si bien el nombre de palomino no aparece citado.
Según el citado Abela, la confusión sobre esta variedad llega al extremo de designarse de un modo distinto en las localidades del entorno jerezano. Mientras que se denominaba listán en Sanlúcar, se llamaba palomina blanca en Jerez, Trebujena en Arcos y Espera; palomino en Conil y Tarifa, tempranilla en Rota y orgazuela en el Puerto de Santa María. La “Memoria de la Exposición Vinícola de Madrid” de 1877, señala a la listán común en las provincias de Barcelona, Córdoba, Madrid, Murcia, Navarra y Salamanca.
La palomino en el resto del mundo
En aquella época cuando los vinos generosos estaban más de moda en el Nuevo Mundo, la palomino viajo a Sudáfrica, California y Australia a vegetar en climas hermanos. Eran los primeros años del siglo XX cuando comenzaron las imitaciones de vinos famosos en África del Sur (12.000 hectáreas de palomino en mi primera visita en 1986), allí denominada extrañamente fransdruif o blanca francesa, donde se vio que el velo en flor que cubría el vino no era tan espeso como en Jerez. No se tarda mucho en adoptar la chenin blanc (llamada steen en los tiempos afrikáners) para el sherry, más productiva y con una acidez más refrescante, dedicándose la Palomino para el brandy.