Tuve la ocasión de probar la mejor malvasía de Sitges con el “reserva” de Bodegas Robert, hoy desaparecida. Me impresionó su color dorado rojizo, lleno, untuoso, dulce y con una finura sorprendente que en 1978 me vendió su propietaria Ana Robert procedente del último viñedo ubicado en los bancales del Garraf. Un vino que no lo ha igualado ni la propia bodega, que aún sostiene este vino, que es Celler Hospital de Sitges.
Se comenzó a cultivar en la Baja Edad Media por todo el litoral mediterráneo occidental por el incentivo de los comerciantes venecianos que veían declinar su negocio con Grecia ocupada por los musulmanes otomanos ya que era el principal abastecedor. Los catalanes para no supeditarse al monopolio trasalpino decidieron plantar esta variedad. El mayor apogeo de la malvasía de Sitges comenzó a partir de 1779, cuando salían de su puerto gran número de barcos cargados de este singular vino blanco dulce, camino de Barcelona, para embarcar en los navíos rumbo a América e Inglaterra. Los comerciantes tuvieron la cautela de marcar las barricas con el nombre de “Malvasía de Sitges”. El puerto se hallaba abarrotado de toneles y la mayoría de las treinta bodegas que existían entre los años 1856 y 1876 se hallaban en las calles adyacentes.
El declive comenzó cuando esta bella localidad dejó de estar aislada a partir de la inauguración de la vía férrea entre Vilanova i la Geltrú y Barcelona, en una época en que era más rápido ir la capital en barco que por carretera. Las mejores comunicaciones aceleraron la emigración a la Ciudad Condal y el abandono de una viticultura de difícil laboreo, paralelamente al auge turístico de esta localidad. Sucedió cuando Sitges, que vivía a espaldas de la febril actividad barcelonesa, dejó de ser un pueblo tranquilo dedicado a la viticultura.