Todavía quedan terruños por descubrir. Lugares donde la Naturaleza reside con toda su fuerza. Lugares en donde la viña olvidada y sola se esconde y se protege entre el matorral. Algunos rincones de Matarraña en Teruel, Montanchez o Cañamero con sus islotes pizarrosos y los granitos atormentados de Ceclavín, todos ellos en Cáceres, pueden ser escenarios de vinos insólitos de un inspirado viñador o enólogo friki que sepa destilar su inteligencia. Hoy ya hay realidades.
En la Sierra de Gata, Pedro Mercado, propietario de la Bodega Pago Balancines ha producido hace nada el tinto Barbas de Gata, que ha hecho revivir las viejas y casi abandonadas viñas de esta zona cacereña. En Liébana ya hay ejemplos notorios de vinos muy bien puntuados como Finca Morillas 2014, 92 puntos Guía Peñín, en Cangas (Cien Montañas Albarín negro, 92 puntos) o Sierra de Cantabria (Micaela Selección de Añada, 91 puntos). Otras zonas como Alanís, Cazalla de la Sierra en Sevilla (con bodegas Tierra Savia que trabaja con tinajas al más puro estilo del pasado) y Fregenal de la Sierra, en Badajoz, que fueron codiciados por los escritores del Siglo de Oro, bien podría ser un pretexto para investigar por qué tuvieron una relevancia histórica.