La prehistoria de una D.O.: el Bierzo 

3 May 2021

En este frenesí que vivimos de proyectar lo inmediato no exento de ciertos errores, es bueno echar una mirada al pasado para entender mejor y sin deslices la verdadera dimensión de un territorio. Los españoles hemos quemado muchos libros porque ocupaban mucho espacio. Victima de ello diré que en mi biblioteca abunda más el pasado de los vinos ajenos que los propios.

En próximos capítulos intentaré plasmar sucesos acontecidos en nuestros territorios vitivinícolas que, bajo el nombre “Prehistoria de una D.O”, me referiré a la historia anterior (a ser posible con brochazos desconocidos) a la creación de las Denominaciones de Origen.

El Bierzo

La historia nos revela que los viñedos medievales se extendían por las zonas menos accesibles e imposibles para otros cultivos que no fuera la vid. En el Bierzo las viñas ocupaban las laderas de la comarca en donde hoy se producen los mejores vinos. El llano se dedicaba al regadío mientras que las primeras lomas de Cacabelos y Villafranca del Bierzo se consagraban al cereal.

El Bierzo es históricamente una región de paso en la tradicional ruta jacobea. Su situación en el camino sagrado traslada la primera expansión de sus viñedos al siglo x, cuando se inicia la etapa del vino eclesiástico. Por aquel tiempo la zona de Cacabelos-Arganza y el entorno de Bembibre se convirtieron en centros de una vasta producción vitivinícola de cuya importancia dan fe los documentos conservados en la catedral de Astorga. Después de la Reconquista y bajo la influencia directa de los monasterios, las plantaciones de vides se expanden por la zona de Castilla y León en dirección norte-sur y este-oeste y los vinos bercianos comienzan a consumirse ávidamente en las ciudades de Astorga y León. Los monjes, por su parte, haciendo gala de su conocido buen gusto, tenían debilidad por los blancos y tintos de Villar de los Barrios.

Primer prestigio del Bierzo

En el siglo xvi, en un momento en que los vinos de Castilla y León gozaban de un merecido prestigio, el protagonismo productor en la zona del Bierzo lo ejercía la ciudad de Ponferrada donde, aunque parezca extraño, no había grandes pastizales y el centeno primaba sobre el trigo, unas condiciones que incidieron en unas mayores plantaciones de viñedo. Esto atrajo a los comerciantes y transportistas de Asturias y Galicia, que, interesados por los vinos del Bierzo, entablaron un pujante mercado de trueque. Tan próspera situación no tardó en levantar la envidia de sus vecinos, que acusaron a los comerciantes de la villa de traficar con vinos adquiridos de forma dudosa, lo que obligó al Concejo General de Ponferrada a fijar unos precios mínimos que pronto provocaron la regresión progresiva del próspero mercado que se había ido consolidando con las provincias norteñas. El viñedo del Bierzo empezó a languidecer y atravesó el siglo xvii con más pena que gloria.

La historia de esta comarca se ha plasmado en su minería y riqueza agrícola, ya sean bosques —robledales, hayedos, y castaños— frutales y la huerta en las zonas bajas. En el siglo xviii el viñedo, como en casi todas las zonas españolas, comenzaba a ocupar las cotas donde no llegaba el riego. Las mejores parcelas se extendían en las pendientes del monte del Castro y las bajas colinas de la orilla derecha del rio Boeza, y que hoy contrasta con la mayor concentración entre Cacabelos y Villafranca. Una viña ubérrima que llegó a contemplar con admiración el viajero inglés Hew W. Dalrymple en 1774 en su viaje por España y Portugal, comparándola con las desordenadas e incipientes cepas manchegas de entonces. Más tarde, las tropas napoleónicas que recalaban en la comarca camino de Galicia, gustaron de unos blancos que se parecían a los suyos por su frescura y acidez cuando la producción en esa época ascendía a 130.000 hectolitros de vino, más del doble de la actual. Se vendía tan bien, que los productores no se preocuparon de buscar nuevos mercados ni de mantener un nivel mínimo de calidad. El crecimiento incontrolado de la producción, que no tenía respuesta en la demanda, se tradujo en una cantidad ingente de excedentes a los que se añadía azufre sin control, produciendo un olor y sabor desagradable; una lacra indeseable que quedó como seña de identidad de los vinos bercianos en tiempos posteriores. Después, el declive fue imparable y el Bierzo, al contrario que la mayoría de las zonas vinícolas españolas, se sumió en la penumbra.

Los almacenistas y el cooperativismo

Cuando el Bierzo, en la segunda mitad del siglo xix y gracias a la minería, inicia su revolución industrial, comienza a prosperar el papel de los almacenistas de vinos. Una zona de paso hacia Galicia convertía la comarca en un importante centro de redistribución. No era suficiente la producción berciana y allí llegaban mostos y uvas de las mesetas castellanas. El tremendo minifundio con una producción dispersa encontraba salida en los almacenistas. Uno de ellos fue Antonio Guerra Rodríguez que crea su negocio de coloniales y almacén de huevos en 1879. 

Este nombre no tardó en convertirse en Bodegas Guerra, marca que fue la primera acreditación del mercado de los vinos bercianos y que llegó a exportar a México, Cuba y Brasil. Incluso hasta bien entrada la década de los setenta del pasado siglo, el nombre de Cacabelos en tintos y la Bañeza en claretes, fueron la referencia de calidad de los vinos leoneses entre los escritores contemporáneos. A partir de los años sesenta, el desalentador panorama vinícola del Bierzo empieza a experimentar una tímida transformación con las cooperativas. Ante el empuje y la creciente competencia de otras regiones, muchos pequeños productores ven en el cooperativismo una solución para poder avanzar.

 

Primeras bodegas

En 1975 el nombre vinícola más afamado era Palacio de Arganza frente al sonoro Guerra, ya en ese año en franco declive, igual que Vinícola Berciana —fundada a finales del siglo xix—, Bodegas Rofemar con sus blancos y claretes, Bodegas Palacios Díaz y Cía. y Bodegas Salmade, entre otros. Todos ellos dejaron paso al empuje del cooperativismo creado en la década de los sesenta como resultado de la necesidad del reagrupamiento de los viticultores, únicos proveedores de los históricos almacenistas. Solo Bodega Palacio de Arganza sobrevivió, única heredera de la dinámica del histórico Guerra con unos vinos de añada de estilo riojano de entonces y, como todos ellos, no entraban en las precisiones del concepto de origen. Un concepto respetado obviamente por las cooperativas donde se cultivaba la variedad autóctona mencía en un cincuenta y un por ciento con un cuarenta por ciento de jerez (palomino). Un clima benigno, con una pluviometría suficiente y el minifundio alejado las reglas de juego de una Denominación de Origen que no existía, generaban unas producciones elevadas con un viñedo que ocupaba más del doble que en la actualidad, pero con una producción seis veces mayor. Asimismo, eran inevitables las mezclas de estas dos variedades convirtiendo al tinto berciano en un retrato desenfocado del clarete.

Su ubicación en una región intermedia, zona de transición geográfica y climática, en cierta forma ha influido en la catalogación de los vinos bercianos hasta los años Ochenta como anodinos, sin personalidad definida. La calidad del viñedo en un geoclima propicio paso durante mucho tiempo, inadvertido para los elaboradores que andaban embarcados en el anónimo mercado de graneles. El vino del Bierzo llenaba los camiones cisternas que partían hacia Galicia, su principal destino, donde se usaban para mejorar unos vinos norteños demasiado castigados por la influencia atlántica.

En 1989 nació la Denominación de Origen Bierzo. La antigüedad de los viñedos y la baja productividad de los mismos fue el primer problema con que tuvo que enfrentarse el Consejo Regulador que desde el primer momento apostó por la promoción de la uva autóctona mencía.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

Los climas del vino en España

Aunque todavía tienen cierta vigencia los conceptos de los microclimas vinculados al terroir o de los mesoclimas relacionados con los valles o parajes, se habla menos de las influencias de los tres modelos de climas en España: atlántico, mediterráneo y el mixto de ambos con el continental.

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