Primer prestigio del Bierzo
En el siglo xvi, en un momento en que los vinos de Castilla y León gozaban de un merecido prestigio, el protagonismo productor en la zona del Bierzo lo ejercía la ciudad de Ponferrada donde, aunque parezca extraño, no había grandes pastizales y el centeno primaba sobre el trigo, unas condiciones que incidieron en unas mayores plantaciones de viñedo. Esto atrajo a los comerciantes y transportistas de Asturias y Galicia, que, interesados por los vinos del Bierzo, entablaron un pujante mercado de trueque. Tan próspera situación no tardó en levantar la envidia de sus vecinos, que acusaron a los comerciantes de la villa de traficar con vinos adquiridos de forma dudosa, lo que obligó al Concejo General de Ponferrada a fijar unos precios mínimos que pronto provocaron la regresión progresiva del próspero mercado que se había ido consolidando con las provincias norteñas. El viñedo del Bierzo empezó a languidecer y atravesó el siglo xvii con más pena que gloria.
La historia de esta comarca se ha plasmado en su minería y riqueza agrícola, ya sean bosques —robledales, hayedos, y castaños— frutales y la huerta en las zonas bajas. En el siglo xviii el viñedo, como en casi todas las zonas españolas, comenzaba a ocupar las cotas donde no llegaba el riego. Las mejores parcelas se extendían en las pendientes del monte del Castro y las bajas colinas de la orilla derecha del rio Boeza, y que hoy contrasta con la mayor concentración entre Cacabelos y Villafranca. Una viña ubérrima que llegó a contemplar con admiración el viajero inglés Hew W. Dalrymple en 1774 en su viaje por España y Portugal, comparándola con las desordenadas e incipientes cepas manchegas de entonces. Más tarde, las tropas napoleónicas que recalaban en la comarca camino de Galicia, gustaron de unos blancos que se parecían a los suyos por su frescura y acidez cuando la producción en esa época ascendía a 130.000 hectolitros de vino, más del doble de la actual. Se vendía tan bien, que los productores no se preocuparon de buscar nuevos mercados ni de mantener un nivel mínimo de calidad. El crecimiento incontrolado de la producción, que no tenía respuesta en la demanda, se tradujo en una cantidad ingente de excedentes a los que se añadía azufre sin control, produciendo un olor y sabor desagradable; una lacra indeseable que quedó como seña de identidad de los vinos bercianos en tiempos posteriores. Después, el declive fue imparable y el Bierzo, al contrario que la mayoría de las zonas vinícolas españolas, se sumió en la penumbra.
Los almacenistas y el cooperativismo
Cuando el Bierzo, en la segunda mitad del siglo xix y gracias a la minería, inicia su revolución industrial, comienza a prosperar el papel de los almacenistas de vinos. Una zona de paso hacia Galicia convertía la comarca en un importante centro de redistribución. No era suficiente la producción berciana y allí llegaban mostos y uvas de las mesetas castellanas. El tremendo minifundio con una producción dispersa encontraba salida en los almacenistas. Uno de ellos fue Antonio Guerra Rodríguez que crea su negocio de coloniales y almacén de huevos en 1879.