¿La Mancha despierta?

20 September 2021

La D.O. Mancha es como ese gigantesco trasatlántico que necesita tiempo y espacio para cambiar de rumbo. Es una zona con la suficiente experiencia como para que difícilmente pueda tomar otro camino de la noche a la mañana con una ya larga historia asentada principalmente en el cooperativismo productivo y masificado. El título del artículo se refiere a si el espíritu del terroir y la recuperación de variedades minoritarias tiene visos de implantarse en la zona. El resultado es aún muy lento y escaso, apenas 4 bodegas luchan con denuedo, vía orgánica, para ponerse a la altura de otras zonas de España.

La Denominación de Origen La Mancha ha sido el último bastión vitivinícola en entrar en la teología del terroir. El nombre aterra a quienes tienen la intención de producir vinos de alta gama profundizando en lo que el clima y la tierra pueden ofrecer. Y es que su pasado y aún presente del millonario volumen del granel, espanta al más pintado. La contraetiqueta de sus botellas no ayuda a vender vinos señeros. Las razones las conocemos todos: la omnipresencia de un viñedo como la airén como el alma de muchos tintos corrientes, aunque hoy correctos; ser la base de la gran producción de holandas y alcoholes vínicos, que se convertían en el 90 por ciento de la producción de brandy de Jerez; y la rentabilidad de ser el arsenal vinícola más barato del mundo. Incluso las bodegas que se ganan la vida con este modelo, cuando quieren hacer un vino mejor los incluyen en una denominación regional como IGP Tierra de Castilla. Un nombre que, para la mayoría, suena mucho mejor y que permite cierta flexibilidad en la utilización de otras variedades, incluidas las minoritarias autóctonas.

Pero no hay que asustarse. Todos los países del vino más importantes tienen su “Mancha” particular, como el Languedoc en Francia, Emilia Romagna en Italia, el Valle Central en California y las cooperativas del Alentejo en Portugal. Un mundo que debe rellenar las estanterías de los lineales de los hipermercados. Por lo tanto, a nadie debe extrañar que bastantes bodegas prefieran continuar en la liga del volumen frente a la artesanía. Es más, lo que es una heroicidad es que las bodegas Finca Antigua, Campos Reales o Heredad Atencia, por poner algún ejemplo, vendan vinos de 20€ o más sin renegar de la palabra Mancha.  

Mis primeros tragos manchegos

Cuando hoy pruebo un vino blanco natural, algunos rasgos me trasladan a mis primeros tragos manchegos de los años Setenta. El sabor tinajero, fermentaciones elevadas y, en algunos casos, incluyendo el hollejo en la fermentación con levaduras del terreno, definían los vinos del pobre. El vaso de blanco era más barato en las tabernas. Aún recuerdo a los albañiles de mi niñez empinando el codo con una botella provista de una cánula para beber a chorro. Lo más curioso es que esta D.O. en los Ochenta fue la primera en implantar el acero inoxidable para grandes volúmenes. Llegué a ver durante meses en alguna cooperativa estos depósitos sin estrenar con el envoltorio de plástico de fábrica, habituadas al cemento e, incluso, a las gigantescas tinas de hierro.  Andrés Izquierdo, hermano de Basilio, quien fue el eterno enólogo de CVNE, fue el primero que embotelló la airén con fermentación controlada. La frutosidad y palidez de aquel blanco chocaba con la tradición de los colores amarillentos y sabores evolucionados de los tradicionales. Llegó hasta tal punto que el Consejo Regulador dudaba en conceder la contraetiqueta de La Mancha a estos vinos. La producción manchega de la airén suponía el 90 por ciento de la mezcla con cencibel, garnacha tintorera y dobles pastas para elaborar los tintos, mientras que la primera variedad foránea con la que algunas bodegas vieron mejorar sus blancos fue la macabeo. A nadie le pasaba por la cabeza elaborar con variedades minoritarias descarriadas entre el follaje vitícola.

Cuarenta años más tarde, todavía la uva airén se resiste a entrar en el club de la nobleza varietal. Las experiencias a base de utilizar los últimos avances de la enología y viticultura con gran éxito con cepas blancas de otras zonas, no ha dado el mismo resultado. Basta consultar la Guía PeñÍn para comprobar que, de 360 vinos con airén monovarietal entre La Mancha, Tierra de Castilla y Vino de mesa incluidos en la geografía manchega, tan solo uno alcanza los 90 puntos. Es cierto que la indulgencia y ganas de ver a este vidueño en la gloria nos hace confundir los nuevos rasgos orgánicos con una mejora. Pero no resta la ilusión de que alguna bodega en un futuro nos dé la sorpresa con una etiqueta de airén de 95 puntos.

 Los nuevos tiempos

El éxito en el siglo actual con la vinífera malvar de la bodega Más Que Vinos, fue uno de los pistoletazos de salida para descubrir aquellas variedades perdidas en el ancho mar de la airén. Son la moravia agria, la albilla, la brujidera (o moravia dulce) la verdoncho, la tinta velasco y la siempre presente garnacha tintoreraantes empleada para mezclas y ahora revelando toda una serie de matices frutales frescos capaz de resistir los embates del sol. Es una pena que estas viníferas, que en el pasado tenían el uso de aportar acidez, como ha ocurrido con las de otras zonas de nuestra geografía, no las utilizasen en La Mancha porque resultaba más cómodo echar acido tartárico a los depósitos, de tal modo que resultaba más difícil rescatar estas vides para lograr el protagonismo que se merecen.

Hoy, más tarde que pronto, van apareciendo bodegas con el apego al paisaje, al suelo y a las variedades ancestrales minoritarias, proporcionando otra fisonomía enológica más acorde con lo que se está haciendo en otras zonas más prestigiosas. Es cierto que no están integrados en la D.O., sino en la IGP Tierra de Castilla que, aunque no sea un calzador en las ventas, por lo menos no es un lastre. Una de ellas es Bodegas y Viñedos Verum, un nombre que conocí hace unos años por sus excelentes alcoholes y holandas y que, en la actualidad, se ha convertido en la aspiración de Elías López Montero en rescatar alguna variedad histórica y subir varios peldaños a la airén Las Tinadas, envejecido con sus lías en tinajas de barro durante 4 meses. Posee esa dulcedumbre de la variedad con el tacto graso y silvestre lejos de su fisonomía neutra. No es un advenedizo, pues cuenta con el bagaje de haber trabajado en Aalto en la Ribera del Duero, y pasear su curiosidad por Sudáfrica. Aunque la firma se ha extendido en otras variedades francesas y, sobre todo, en las tardías como mazuelo, garnacha y graciano, últimamente vuela con ilusión por los majuelos de tinto velasco y albillo.

Posiblemente quienes más investigan y trabajan en el campo con variedades minoritarias es #Garagewine, una microbodega en Quintanar de la Orden, en donde los primos Jesús Toledo y Julián Ajenjo luchan para revivir la brujidera, la tinto velasco, verdoncho y la garnacha tintorera, sin olvidar las variedades airén y tempranillo desde un espíritu ecológico y con un formato muy personal. Trabaja los vinos por parajes. La Airén “Paraje Alto Lagar” 2020 tiene raza y terruño, una rareza en esta variedad. Me gustó la variedad Verdoncho 2020, un vidueño que, al parecer, es la llamada jaén que poblaba hasta hade 40 años algunos viñedos de las dos Castillas. Un blanco con una fruta dulce madura con un fresco contrapunto ácido con un regusto silvestre y terroso. La cepa Brujidera 2020 “Paraje El Pocillo” es todo un ramillete de hierbas salvajes, frutos rojos silvestres y un ligerísimo toque de pétalos de rosa, muy orgánico.

Jesús Toledo y Julián Ajenjo, de #garagewineJesús Toledo y Julián Ajenjo, de #garagewine

Todo ello sin olvidar la siempre sorpresiva garnacha tintorera con el Paraje “La Cañá” 2020. Un tinto con un color más oscuro que las demás viníferas, con cuerpo, maduro, con recuerdos de cedro y grafito. Y, por último, me gustó el Tinto velasco “Solidario” 2020 con un color guinda, aroma terroso, frutal, balsámico con un paladar elegante muy particular y con una acidez marcada.

Bodega RecueroBodega Recuero

Otra de las bodegas que prioriza el rescate de las variedades minoritarias es Recuero en la localidad de Villanueva de Alcardete. Jesús María Recuero es un viticultor que, con el conocimiento actual de lo que es el campo desde su perfil de ingeniero agrícola y enólogo, vuelve su mirada a sus abuelos y tatarabuelos que ya trabajaban la viña desde 1873. Sus vinos se hallan al borde del modelo “natural”, sin apenas intervención, lo que no deja de ser un riesgo con cosechas no recientes, como 2016 o 2015, acentuando el carácter más silvestre y evolutivo. Una rareza es el Mélangé “bajo velo” con una saca en marzo de 2019. Una iconoclasta mezcla de un viejo viñedo de tempranillo de la Sierra de Gata extremeña mezclado con malvar de Toledo. Un color dorado, aroma de flor, punzante, fresco con una peligrosa graduación de 12,5º con recuerdos de hierbas secas silvestres, notas de almendra cruda, paja seca y con cierta dulcedumbre que contrasta con la acidez. Otro vino raro es el Calambur “El carril del Perro” 2015, hecho con verdoncho, con un matiz amarillo dorado con notas minerales (tiza), levadura, legumbre con una nota de fruta confitada. Me gustó más el Calambur “Pardilla” 2017, hecho con albillo, con aromas de hierba de monte y un ligero toque de menta y boca muy varietal.

Atractivo es el proyecto Antier con vinos procedentes de la extremeña Sierra de Gata, en Villamiel. Antier Tradición (sin cosecha) es un ensamblaje de rufete y garnacha extremeña muy personal y orgánico, con evocación de pedernal, fruta de hueso, hierbas de monte que me gustó, pero esto no es La Mancha.

    Escrito por Jose Peñín

    Uno de los escritores de vinos más prolífico de habla hispana y más conocido a nivel nacional e internacional. Decano en nuestro país en materia vitivinícola, en 1990 creó la “Guía Peñín” como referente más influyente en el comercio internacional y la más consultada a nivel mundial sobre vinos españoles.

¿Qué es el ‘terroir’ o terruño?

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