Mil años del vino español (II)
Durante estos siglos, España vivía una etapa decisiva como proveedora de materias primas, teniendo como preferencia el vino.
Para mí los mejores vinos siguen siendo los mismos que coinciden con las opiniones, más o menos, de los demás colegas: que si Pingus, la Faraona, L’ Ermita, Vega Sicilia y un larguísimo etcétera, pero esto no tiene ningún interés para el lector porque es lo obvio. Basta echar un vistazo a la Guía Peñin y a otras como referencia y ver cuáles han sido los mejores durante estos 10 últimos años. El lector se dará cuenta de que los mejores seguirán siendo los mejores y se repetirán más o menos cada año, salvo que la bodega de ese vinazo eche el candado o que haya alguna incorporación nueva al Podio.
No he encontrado otro epígrafe que acorte el largo título de este artículo para llegar a reseñar los vinos que me han llamado la atención y por qué. Desde hace 10 años, no soy dado a las emociones de descubrimientos deslumbrantes sencillamente porque, salvo alguna excepción para mí no los hay. Antes, la emoción estaba justificada porque el vino de al lado y el siguiente en una cata podían ser mediocres. Hoy eso no sucede. El umbral de la calidad es mucho más elevado y el que sobresalga tiene más mérito que antes.
Cuando he tenido la fortuna de ser testigo de la mejora del vino español y la evolución de los vinos catando durante 47 años por todo el mundo, puedo asegurar que ya estoy curado de sorpresas. Ahora más que en ninguna época, los vinos son incuestionablemente mejores y son muchos los que los hacen. El nivel de conocimientos de los enólogos sabios de la viña y de la fermentación es extraordinario, de tal modo que todas las bodegas se han puesto las pilas. No solo hacen buenos vinos las bodegas personales y ruralistas, sino también las de volumen e, incluso, alguna de sus marcas llega a alcanzar el podio. El umbral de valoración se ha elevado de tal manera que muestro más interés hoy por la audacia que por el perfeccionismo, aunque lleve alguna falla, pero en armonía con los demás rasgos. Es posible que se deba a mi actividad de siempre anteponiendo la originalidad del vino, dando por sentado que deben ser buenos. En estas páginas ya comenté sobre lo que yo llamo vinos predecibles, o sea, vinos que, al recibir la documentación previa, ya sé cómo será su sabor antes de catarlo. En los últimos 4 años me cuesta encontrar vinos no predecibles, esto es, que me imagine una cosa y al beberlo sea otra.
Es a los vinos que vienen a continuación a los que dedico este artículo. Son las marcas, algunas conocidas y otras nuevas, de las que en el 2022 me imaginaba una cosa y al beberlos me sorprendieron en el lado bueno. Solo son 6 vinos, y es posible que hubiera alguno más, pero no me acuerdo. Y si no lo recuerdo será porque no hayan dejado alguna estela en mi memoria.
Cuando el equipo de cata valoró con dos puntos más a este vino con respecto a la edición pasada me llamó la atención y pensaba que habría alguna indulgencia subjetiva para alcanzar el cielo por el peso de esta firma histórica. Me lo dieron a probar y observé gratamente que la madera se funde con una síntesis de fruta madura, especias y un aplomo de complejidad terciaria. Conozco esta casa desde hace más de 40 años y sospechaba que el roble sería el matiz más presente. En los últimos años algunos tintos de Riscal han llegado al Podio (95-100 puntos) con más firmeza que nunca. No sé si en ese subidón tiene que ver la francesa Valerie Lavigne como asesora externa, trabajando con Paco Hurtado y su hijo Luis conformando un sólido equipo.
Cuando Álvaro Palacios tomó las riendas de la bodega Palacios Remondo en la Rioja menos refinada como es la llamada Rioja Oriental, pensé que los obstáculos eran insalvables para alcanzar su listón de la Faraona y L’Ermita si no abandonaba o reducía el uso del tempranillo. Incluso ni eso, por mucho Monte Yerga y garnacha “oriental” que hubiera. Una variedad que esta subzona riojana siempre me pareció un punto “aragonesa” con el tinto La Montesa. Con Quiñón, Álvaro destapa su sensibilidad de orfebre, creando un vino con una profunda mirada al paisaje con sus rasgos terrosos y silvestres, con la frescura balsámica de la piel casi en “infusión” con la expresión “dulce” de la garnacha. Palacios ha izado la tercera bandera de la excelencia.
Me esperaba un verdejo sobrio, muy castellano y me encuentro con una rareza en donde la cepa se abre a sabores terrosos y salvajes con un gran peso en el paladar. Nada de filtrado ni trasiegos. Dos hermanos, Alicia y Vidal Soblechero trabajan los vinos dependientes del suelo. Suelos calcáreos, pedregosos, arenosos y arcillosos. Amarre Salvaje expele una sintonía de notas terrosas, fruta blanca madura, hierbas secas silvestres y un punto evolutivo.
Esperaba un rioja en tono más ligero y, en consecuencia, con discreta expresión. Siempre he sido sensible a las viñas altas que, a pesar de su punto de acidez, están acompañadas con una mayor expresión frutal y ligereza, y hacer esto es más difícil. Aloxa, hecho bajo las pautas orgánicas e incluso biodinámicas, recoge los valores del paisaje. Lleva un 85% de tempranillo y el resto repartido entre viura y garnacha. Posee un color granate abierto y luminoso. Entra en boca con fluidez y frescura, que hace que se beba la botella de un tirón. Un vino que gusta al más neófito de los bebedores.
Como dije en Instagram, esperaba de este vino una proyección más castellana y clásica de un Ribera de la mano de José Manuel Pérez Ovejas, después de trabajar en la Bodega Hermanos Pérez Pascuas. Pues no señor. José Manuel se ha revestido de europeísmo para construir un tinto sutil, de un tempranillo elegante, con la fresca acidez que augura larga vida a sus vinos con sus 15º que no se notan.
La D.O. Terra Alta ha sido y es una zona de blancos. No existen mejores garnachas blancas que las de esta zona por su enorme personalidad que, en general, no tienen los tintos. Esto ocurría incluso en la Bodega Edetaria, autora de esta novedad hasta que, rizando el rizo, Joan Angel Llibería me sorprende con un tinto pleno de elegancia y finura que creía impensable en un ensamblaje de cariñena y garnacha peluda, dos variedades que me inspiran mediterraneísmo más que seducción.
Durante estos siglos, España vivía una etapa decisiva como proveedora de materias primas, teniendo como preferencia el vino.
El viñedo romano, que a duras penas se sostiene durante la época visigótica, se reduce considerablemente durante el Califato utilizándose “oficialmente” para el cultivo de uvas pasas.
Zonas más salvajes que, debido a su mayor altitud, echan un pulso a los demonios de las heladas tempranas de octubre y las tardías de mayo.