Una historia poco conocida de los vinos de Rueda (I)
La antigua “denominación de origen” de los tiempos de Isabel la Católica se llamaba Tierra de Medina
¿Qué encantos poseía entonces el vino de Rueda? El Ribeiro estaba en franca decadencia fuera de Galicia bajo sospecha de la práctica mezcladora con vinos manchegos; la viura riojana apenas ofrecía sus gracias por su crianza en roble; el albariño era una rareza beberlo puro y con leve afinidad con los blancos centroeuropeos por su acidez; los blancos catalanes eran ligeros y demasiado ácidos, fruto de su vocación para el cava. El Rueda, en cambio, era sabroso, campechano, corpóreo, con la acidez justa y ese gusto amarguillo que lo diferenciaba. Para el consumidor que pasaba por la zona representaba la esencia castellana por su sobriedad, su imagen de vino honrado, de vino de pueblo...
Inspirado en la Rioja que, en aquellos años comenzaba su andadura práctica y definitiva como Denominación de Origen, Francisco Hurtado de Amézaga de Riscal se convierte en el principal impulsor de la D.O. Rueda, iniciando las primeras gestiones. Para ello, se pone en contacto con el entonces delegado Provincial de Agricultura, Luis Delgado Santaolalla, que acoge con entusiasmo la idea. Como siempre ocurre cuando se trata de adoptar un nombre entre el montón de municipios afectados, la elección no fue fácil. Oficializar el histórico nombre de Tierra de Medina no contaba con seguidores, ya que en Medina del Campo desaparecieron muchas bodegas y con menor peso agrícola que antaño. Ni siquiera el título Nava-Tierra Medina, como unos años antes se reconocía, tuvo aceptación porque aludía a otra localidad de la zona como Nava. Francisco Hurtado apostó por el nombre de Rueda, a pesar de que la elección tuvo sus más y sus menos, ya que algunos suponían que era un capricho suyo por ubicarse su bodega en esta localidad. Prevaleció Rueda por su fonética, por ser una palabra corta, sonora y que se pronuncia igual en todas las lenguas. Aun así, tuvo que realizarse una votación, ganando por tan solo un punto.
En la década de los Noventa, las bodegas castellanas no entendían que pudieran sobrevivir tan sólo con vinos blancos. En el Reglamento de la D.O. no se contemplaba la inclusión del tinto en un momento de necesidad cuando los blancos no estaban de moda. A partir de 1994 gran número de bodegas comenzaron a cultivar tempranillo con cabernet y merlot bajo el paraguas de Vinos de Castilla y León, con la intención de que, a hechos consumados, la D.O. Rueda abriera la puerta a los tintos. Paco Hurtado, principal artífice en la creación de la D.O. y, por tanto, con gran peso en la Denominación, rechazó esta tentativa confirmada en 2006 por una sentencia del Tribunal Supremo de Castilla y León que lo revocó. Presionado por intereses mercantilistas o simplemente para completar el catálogo con tintos y rosados, dos años más tarde el Consejo Regulador acepto oficialmente incluir los tintos. Sin embargo, el éxito comercial del blanco en los últimos 10 años empequeñeció la iniciativa a falta de una calidad parecida al blanco y cuyo número de bodegas hoy apenas alcanza un tercio de lo que se producía hace 25 años.
Mis primeros tragos con la verdejo fueron a través de un vecino que, en los años 70, venía a casa con una garrafa comprada en Rueda. Me invitaba a beber un vino grueso y campesino, pero sabroso, con un leve toque de dulcedumbre. Sin embargo, no veía conveniente ofrecerlo a mis socios del club de Vinos, más bien influido por el retrato francés de las sensaciones afrutadas de sus vinos. Buscaba un blanco algo más afinado que representara a la zona entonces conocida como Nava-Tierra Medina. No estaba convencido de elegir el “pálido” o el “dorado” del rueda frente a un referente de mayor calado, como era el vino de Jerez o Montilla. Descubrí en 1976 el desconocido Viña Cantosán, que entonces asesoraba Isabel Mijares para los tres hermanos González Illera (hoy Bodegas Yllera): Jesús, Daniel y José; estos dos últimos ya fallecidos. Sobre una bodega subterránea típica construida en 1870 por Valeriano Moro, los tres hermanos crearon la S.A.T. Los Curros, apelativo por el que se conocía a esta familia en la localidad de Fuente El Sol. Mijares, con la escuela de Peynaud, elaboró un vino más pálido y ligero, destacando la fruta y carácter varietal sobre el rústico blanco castellano y evitando la crianza. De este modo, Viña Cantosán fue el primer vino que se embotelló conforme al modelo afrutado actual y que, más tarde, adoptaría Riscal para siempre. Viña Cantosán llegó a ser el vino de la casa de la sacrosanta carta de Zalacaín.
Otro capítulo de mis relaciones verdejistas fue con Alfonso Maldonado y su bodega Vega de la Reina. A Alfonso lo conocí en 1979 cuando era el notario de mi empresa. Le visitaba en su despacho del Paseo del Prado y su obsesión era crear un Vega Sicilia del blanco. Creo que era un cliente fijo de esta mítica casa y sentía una admiración inusitada, hasta el punto de bautizar su bodega con el nombre de “Vega de la Reina”. Incluso, estaba dispuesto a rascarse los bolsillos para comprar el mito. Le persuadí de que aquel empeño podría frustrarse si tuviera que vérselas con Jesús Anadón, el filtro implacable de Vega Sicilia.
No sabía cómo decirle que su vino blanco, Vega de la Reina, no estaba a la altura para seleccionarlo para el club. Años más tarde, nunca llegó a alcanzar los 90 puntos en la Guía Peñín. Hoy la marca esta en poder del Grupo Marqués de la Concordia, del gran empresario Víctor Redondo, y su calidad tampoco ahora es para lanzar cohetes.
A finales de los 80, al rememorar mis primeros años seleccionando vinos para los socios de mi club de vinos, me propuse buscar una bodega que me permitiera embotellar (lo que hoy se llama “por para”) bajo una etiqueta propia un vino elegido por mí, y colocarlo en el mercado.
Mi primera experiencia fue con un blanco de Rueda, registrándolo legalmente con el nombre de Mirador con una vistosa etiqueta inspirada en las californianas, entonces muy vanguardistas. Cuando comencé a vender las primeras 300 cajas recibo una carta de la agencia de patentes y marcas de Bodegas Torres, invitándome a que retirara la mercancía bajo esa marca pues ya estaba registrada bajo el nombre de Mirador de Milmanda, cuya salida al mercado era próxima. Desolado por la noticia, me puse en contacto con Miguel Torres, asegurándole que mi oficina de registro no encontró ninguna marca parecida y, por lo tanto, sin ningún obstáculo al respecto. Compadeciéndome de tal situación, me dijo que no recusaría la marca, de tal modo que Torres utilizaría solo el nombre Milmanda (que más tarde se convertiría en el mejor vino blanco de esta histórica firma catalana), y yo el de Mirador.
La primera cosecha de 1989 lo seleccioné de la bodega de Antonio Sanz, que en aquellos años se llamaba Bodega Castilla La Vieja, y que producía posiblemente el mejor verdejo de la D.O. Le dije a Antonio que en vez de mezclar la verdejo con un 15% de viura, como era la costumbre, lo hiciera con sauvignon blanc. La marca fue un éxito, paseándose por las mejores cartas de los restaurantes matritenses de aquellos años y, además, fue elegido el vino del menú en la comida de recepción de Gorbachov cuando vino a España.
Antonio, como casi todos los elaboradores españoles y en particular de la D.O. Rueda, incluido Riscal, envasaban sus vinos en botella rhin verde algo más corta que las alsacianas. En cambio, le pedí que me envasara el vino en una botella bordelesa transparente con “capsula negra”. Un atrevimiento inimaginable en aquellos años, por lo que para Antonio el vino blanco sin color parecería agua y, además, con la osadía de incluir una cápsula negra, cuando el vino blanco se embotellaba con cápsula verde en toda España. Pocos años más tarde Riscal adoptó esta botella y la cápsula negra.
Uno de mis clientes de la agencia de comunicación que fundé en 1984 fue la Bodega Álvarez y Díez, más conocida por su vino Mantel Blanco.
Su propietario, Enrique de Benito tenía su despacho junto a la Bolsa de Madrid y allí fui a visitarle. Cuando adquirió la bodega en 1977, se propuso elaborar a principios de los Noventa un vino con el nombre Mantel Nuevo, sin sulfuroso añadido, bajo las directrices de Baldomero Íñigo Leal, investigador del CSIC. Cuando probé aquel rueda con ciertas notas oxidativas me dije: ¿Qué voy a hacer con este vino en plena moda del afrutado? Un vino frágil, con comportamientos distintos en cada botella, algunas notas sublimes y otras no tanto. Hablando con Baldomero Íñigo, le pregunté si se podía encuadrar este vino como ecológico y me respondió que sí. En ese momento se me abrieron las puertas del cielo para lanzar el primer vino ecológico de España y que tuvo gran repercusión. Hoy, bajo la marca Bento, elabora un excelente vino ecológico mejor y que nada tiene que ver con aquel pionero de los años 80.
La antigua “denominación de origen” de los tiempos de Isabel la Católica se llamaba Tierra de Medina
Esta denominación de origen es de las más pequeñas de España, con apenas 120 hectáreas de viñedo en producción
Por primera vez, el retrato afrutado de la variedad viura se va perfilando con las nuevas elaboraciones, respondiendo a una moda que comenzaba a emerger con los albariños gallegos y los macabeos catalanes.