Los grandes papas del vino francés, desde el estudioso ampelógrafo hasta esa pléyade de catadores, sumilleres e incluso grandes chefs, reconocen que el vino amarillo es uno de los cuatro más importantes de Francia; ya se imaginarán ustedes cuáles son los otros tres. Entonces, ¿cómo es posible que el jaune esté en los registros de conocedores y snobs y no llegue a figurar entre los vinos míticos? Quizá porque, aunque se reconozca su personalidad arrolladora, es un vino de otro tiempo. Subyace la idea del vino oxidado, del vino del terroir, del cuit de gran osamenta, que se abandonaba en el tonel como un rito campesino hoy devorado por la nueva enología. Su supervivencia quizá se deba a esa devoción del francés en respetar las tradiciones agrícolas. Por eso se vende -y bien- en el mercado propio, aunque represente la mínima parte de la facturación de unas firmas capaces de producir vinos de todos los colores. Uno de ellos es el amarillo, que con el tinto, el rosado, el blanco y gris componen la oferta rentable de gran número de bodegas galas. Por el momento, el jaune está asegurado como reclamo para el turista de autocaravana, aunque el propósito sea vender los vinos de mesa mucho más asequibles de precio, aunque tampoco baratos. La variedad tinta poulsard de hollejo rosáceo y la también tinta trousseau más coloreada, presentan esos dejes rústicos de levaduras que nos trasladan al esqueleto de algunos tintos extremeños del pasado pero que los franceses presentan en bandeja de plata. Y como el Jura no está tan alejado de la Borgoña, la chardonnay, un tanto descafeinada por estos pagos, cumple con dignidad su papel para vinos frescos. Aquí la llaman melon d`Arbois
Cómo se hace el vino amarillo
El jaune es un vino entre 13 y 14 grados. Esta opulencia alcohólica la consigue, sobre todo, gracias al cielo. A las bondadosas temperaturas de un mes de octubre limpio de nubes y lluvias, algo no tan difícil en todo el costado oriental de Francia. Ejemplos los tenemos en Alsacia -la región menos lluviosa de este país-, en el Ródano donde el Mistral abanica las nubes y, en menor medida, en la Borgoña. Además, al utilizar una cepa de vegetación tardía, la savagnin, permite maduraciones más lentas que coinciden en esos meses aún cálidos sin amaneceres de podredumbre. Otra de las razones es la situación especial de los viñedos. Las plantaciones se sitúan ordenadamente en laderas pronunciadas cara al sol del sur y del oeste, con mínimas retenciones de humedad en suelos rápidos de cal y arcilla. Los suelos son de constitución calcárea originados en la era geológica del Jurásico (de ahí su nombre Jura) con un horizonte de colinas y pequeños circos que originan microclimas cálidos. Son los famosos "reculées" que, como circos adosados a las cadenas montañosas, protegen al viñedo del frio enemigo del este y del norte. Uno de estos es el famoso Chateau-Chalon. algo así como el "margaux" amarillo. No es una marca registrada ni chateau aristocrático, es el nombre de un pueblo encaramado a una colina erigido sobre una antigua abadía -siempre la Iglesia- donde en sus buenos tiempos además de estar con Dios hacían un suculento vin de paille semejante al “pasito” italiano, “tostadillo” gallego o “supurado” riojano.
Los vinos de este pueblo no bajan de los 14 grados, aventajados por una estratégica orientación solar y un suelo accidentado que obviamente origina unos rendimientos mucho menores y, por lo tanto, mayor concentración de sus componentes analíticos. Si un año, por cualquier circunstancia, el vino no alcanza una graduación mínima de 12, quedaría desclasificado como Chateau-Chalon aunque se produjera aquí. Son vinos más concentrados, más etéreos, con ligeros gustos a frutos secos que los de Etoile y Arbois". Estas dos localidades también producen vinos amarillos, aunque menos densos, ligeros y, por consiguiente, algo más frutosos, menos ampulosos. Son las diferencias que marcan un suelo algo más accidentado y, por lo tanto, más húmedo.
Estas menudencias aparentes del geoclima suelen repetirse en las zonas vitivinícolas del planeta que saben separar la paja del grano. En el Jura, se produce además el mismo milagro que inesperadamente irrumpe en algunos vinos de la mitad occidental española: el velo u hongo que se deposita en la superficie del vino al poco tiempo de entrar en el tonel. A nadie podría sorprender que el insigne Louis Pasteur se adentrara en el intrincado mundo biológico habiendo nacido en Arbois. En todos los vinos del Jura, incluso en el más joven, siempre aparece una ligera impronta de levaduras.
Crianza biológica de 6 años