Ante este panorama ¿En qué me basaba para asegurar un futuro esplendoroso a unas tierras arenosas, algo bucólicas, con pinares y escenario de domingueros holgando a la orilla de los pantanos? Sencillamente, al saber de antemano cómo eran estos vinos recién fermentados antes de pasar el calvario de sus almacenamientos en depósitos de cemento, mediocremente conservados con sulfuroso a manta y la mayoría oxidados. Me di cuenta que detrás del rostro rústico, maduro y ciertamente alcohólico de las garnachas del resto de España, en las de Gredos, con menos cuerpo, aparecía un gusto más mineral y balsámico. Aquellos vinos en enero eran flor de un día, eso sí, con leves toques silvestres, eran ricos en expresión frutal, con una garnacha muy “borgoñona”, abierta de color (decían que el color precipitaba antes de tiempo) pero que a partir de abril el tinto perdía todos estos atributos. Sin embargo, vi el destello más importante, y eran sus marcadas notas minerales y lo que podía resultar de la viticultura de montaña.
Mi viaje riguroso a las viñas y riscos de Gredos
Por esa razón, me dispuse en el año 1986 a recorrer con más detalle la zona del Tiétar descubriendo la fortaleza de las garnachas tabernarias de Casillas, lugar donde una amiga mía tenía una casa donde pasábamos unos fines de semana despeñándonos por los riscos pero con unos finales muy lúdicos. Por allí seguí con mi afición de ir por los bares, algunos de los cuales elaboraban vino para consumo propio. Me pateé también San Martín, Cebreros y el Valle del Alberche. Fue un regreso a la prehistoria del vino. Mulos y caballos con aperos de arado y que aún subsisten. En Cebreros contemplé pequeños receptáculos de piedra (hoy desaparecidos) cerca de las carreteras en donde se descargaban los comportones de racimos y de allí a la bodega.
Me interesaba ver el comportamiento de las raíces de las viñas viejas en los terraplenes de granito desmenuzado de la comarca de San Martín y norte de Mentrida, ricos en sílice (Cadalso de los Vidrios, como su propio nombre indica, fue cobijo de una fábrica de vidrio) además del terruño que cada altitud en un paisaje agreste podría aportar. También me interesé por las pizarras de Cebreros con las diferentes maduraciones de los racimos en su relación con las altitudes cara-sur y cara-norte de sus viñas. Intenté convencer a ciertos inversores de la excelencia de la zona, pero todos me respondían que aquel territorio era más el paraíso de los vinos rudos y corrientes. Además, eran un lastre por pertenecer a dos zonas sin prestigio al tiempo que San Martín quedaba señalada al pertenecer a la Tierra de Madrid, considerada como la cuña capitalina de La Mancha irredenta. Sin duda faltaba la labor de un enólogo mediático que impulsara la zona. Un día comenté con Carlos Falcó, paradigma del pionerismo vitícola español, que apostara por San Martín, en base a su vinífera y al suelo pobre y salvaje, y me respondió que la garnacha oxidaba más que la catalana y perdía color. El Marqués de Griñón era muy fiel a su filosofía bordelesa de coloraciones más intensas
Predicción cumplida, Gredos despierta
Mis pronósticos comenzaron a materializarse cuando, a comienzos de los años Noventa, se presentó en mi despacho Telmo Rodríguez. Enterado de mi obsesión por la zona, me pidió consejo y contactos y así recorrimos los escollos de San Martín y Cebreros, le presenté al alcalde de San Martín y presidente entonces de la cooperativa local. Unos años más tarde Telmo construyó la bodega El Montazo a pocos kilómetros de San Martín de Valdeiglesias. Unos meses más tarde se me acercó un joven buscando trabajo como enólogo, bodeguero o de lo que sea. Se llama Daniel Ramos, estaba a punto de irse a Australia (creo que donde nació), hasta que le presenté a Telmo y se puso a trabajar con él. Mas tarde se independizó y creó con su mujer su propia bodega en Cebreros: Zerberos. El alma inquieta de Telmo con su impaciencia por crear ese gran vino de suelos graníticos que todavía no llegaba a cuajar, le condujo a las laderas pizarrosas de esta localidad abulense. Contactó con el famoso corredor de rally Carlos Sainz y lanzó la marca Pegaso vendiendo su bodega de San Martín a los de Enate.
El gran cambio