En un reportaje que escribí sobre Moriles-Montilla en 1986, rescaté la frase histórica con la que Juan José Arístegui en 1952, ganó un concurso de eslóganes para la D.O.: “La elección es bien sencilla, o Moriles o Montilla” que, en aquellos años, la famosa agencia de publicidad Cid puso en órbita a través de la radio. La importancia de Moriles en el consumo de sus vinos era tanta como la de Montilla. Desde entonces, Moriles es solo la mitad del nombre de la D.O., porque desde la antigua condición de equilibrio entre los dos lugares, el peso y volumen histórico de Montilla se ha impuesto. Hoy he querido husmear en las colinas de Moriles para saber qué es de sus hombres y bodegas.
Existen dos espacios de calidad de la pedro ximénez, la uva estrella de la D.O., como son Moriles Altos y la Sierra de Montilla. Lugares de los que, de toda la vida, se abastecían las principales bodegas como los “grand cru” para engendrar los mejores vinos del territorio cordobés. Por eso las dos localidades dan nombre a la D.O. desde 1944, sin precisar las diferencias organolépticas entre ambas. Un tiempo transcurrido que, para los viñadores y bodegueros de Moriles, ha sido suficiente para que el nombre de este municipio quedara ensombrecido por la potencia de los bodegueros montillanos, donde se hallan las firmas más importantes y con el mayor número de hectáreas de la denominación. Moriles apenas son 400 hectáreas frente a las 1500 de Montilla.
Soleras de Moriles
Si buscamos un parangón sobre la fama de una localidad sobre la otra, ése sería algo así como que Jerez es el vino de los afamados nombres históricos, el jerez de los señoritos y potentados, y la manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, más proletaria y humanista. Llevado al vino cordobés, Montilla sería el Jerez y Moriles el Sanlúcar de las tabernas y jornaleros. Los morilenses están orgullosos de sus vinos, que venden en su totalidad en la provincia y, en particular, en la hostelería de Córdoba, que demanda el moriles, marcando distancia al montilla. Es más, nadie pide un “montilla” porque se entiende que, al pedir un fino en cualquier barra cordobesa, las probabilidades de que sea de Montilla son grandes. Por eso quien solicita un moriles es el cordobés sabio y apegado a una tradición tabernera. Cuando hasta hace 40 años la presencia del moriles en las tabernas cordobesas era evidente, se distinguía por la propia botella tipo “Rhin”, donde aparecía en la etiqueta el nombre bien grande frente a la botella jerezana del resto de los vinos de la Denominación cordobesa.
Jerez y Moriles-Montilla tuvieron una relación licenciosa durante gran parte del siglo XIX y XX, cuando los jerezanos en sus mejores tiempos compraban el vino cordobés para mezclarlos con los suyos. Una relación conocida e incluso oficializada, tanto, que fue a la única zona a la que Jerez cedió a la D.O. cordobesa su nomenclatura de finos, olorosos y amontillados. Una frase popular que se mantiene en el tiempo confirma esta relación: “Moriles para gentiles, Montilla para gente sencilla y Jerez para el mundo entero ayudado por el primero”.
¿A qué sabe el Moriles?
Cuando hace décadas preguntaba si había diferencias entre Moriles y Montilla en razón del nombre compuesto del territorio, la respuesta era que la utilización de los dos nombres se debía a que Moriles Altos y la Sierra de Montilla contaban con los mejores viñedos por la mayor proporción de carbonato cálcico y por su situación más elevada, pero no estaba claro si había alguna entre estas dos o, al menos, no recordaba que las hubiera. Por eso fui el otro día en busca del sabor perdido de un vino detenido en el tiempo. En sus vinos percibí el llamado sabor a “caño”, que recuerdo de las manzanillas que servían en tabernas y tabancos de Sanlúcar hace 40 años.