Mis comienzos enoturísticos
Un año más tarde, organicé los que posiblemente serían los primeros viajes enoturísticos de este país con los socios de CLUVE, un club de vinos que fundé en 1975. En Burdeos llegamos a visitar y almorzar, como algo excepcional, los Grand Cru Classè de Burdeos a través de contactos influyentes y por ser un grupo de españoles sensible a la cultura del vino. En Borgoña, la expedición española salió en la prensa local como el primer grupo de aficionados españoles que visitaba aquellas tierras. Todavía no estábamos en el primer mundo.
En aquellos años, visitar bodegas en España solo estaba reservado a los distribuidores e importadores. En cuanto a los no profesionales, algunas peñas gastronómicas vascas visitaban las bodegas riojanas como escenario para sus comilonas armonizadas con los vinos de la casa. Sin embargo, en virtud de mi experiencia yendo a las bodegas, organicé para los socios del club viajes a las zonas señeras de entonces: Rioja y Vega Sicilia. La primera visita fue a Muga en febrero de 1978, con Isaac Muga de anfitrión, gozando con las cosechas 1973 y 1970. En otros viajes fuimos a Vega Sicilia, cuando el mito era más misterioso e inalcanzable gracias a la amistad con Jesús Anadón, el patrón entonces de esta firma castellana.
La mayor sorpresa que me llevé cuando visité Napa Valley en 1984, fue ver llegar a las bodegas un gran número de autobuses abarrotados de turistas visitando las instalaciones. Me daba vergüenza ajena pensar que, a falta de la riqueza monumental de Europa, los americanos tuvieran las “winery” californianas como sustancia museística. Algo similar me ocurrió en Sudáfrica en aquellos años, cuando algunas bodegas disponían de barbacoas, restaurantes, parque infantil, e incluso algún teatro al aire libre para conciertos. Todo ello como negocio para llenar de cajas los maleteros de los automóviles de los turistas.