Los vinos solían envejecerse en Ávila, lugar donde se hallaban la mayor parte de sus comerciantes. La altitud de la ciudad teresiana, con temperaturas inferiores a 30 grados, facilitaba envejecimientos más sosegados. El fenómeno del feliz añejamiento elevó la cotización hasta hacer famosa la frase “vino de San Martín encerrado en Ávila vale más que un florín”. Segovia, su mercado principal, llegó a exigir que solo las tabernas muy especializadas pudieran vender este néctar. En el año 1647, Vizcaya no era ajena a la seducción del vino madrileño, pues entraba por la puerta grande de las más acreditadas tabernas de la provincia. Su “divinidad” quedó reflejada en el divertido pasaje de Tirso “La Santa Juana”, donde en un espíritu de ciega devoción, se confundía al San Martín parroquial con el sanmartín vino. Sin duda, aquel glorioso y ambarino vino blanco fue capaz de hacer suspirar a Miguel de Cervantes, Vicente Espinel, Juan Ruiz de Alarcón, Lope de Vega, como también a los viajeros ingleses del XVII, como James Howell, Williams Edgeman o Lady Anne Faushawe.
El Canary Sack
El vino dulce de Canarias, en particular el de Tenerife, y que los ingleses denominaron “Canary Sack”, fue posiblemente el único vino planetario de prestigio que desapareció sin dejar rastro. La malvasía, la cepa de este singular vino, había arraigado fuertemente en Canarias y Madeira. En las islas españolas la llegada de la vid supuso el abandono progresivo de su cultivo principal, hasta entonces, la caña de azúcar. El viñedo se impuso como cultivo rey y, a lo largo del siglo XVI, Canarias llegó a producir hasta 80.000 pipas de vino, superando incluso la producción de Jerez. Era el apogeo del canary sack: un vino dulce, amargo y ácido a la vez, que adquiría su tono dorado lentamente en un largo envejecimiento en tonel. El final de tanto esplendor llegó a principios del siglo XVIII y estuvo marcado por varios acontecimientos que pondrían el broche a unas relaciones hispano inglesas cada vez más envenenadas, girando velas los negociantes ingleses hacia Portugal, concretamente a Madeira. Los elementos telúricos también pusieron de su parte en el ocaso del canary. Garachico —principal puerto tinerfeño de las malvasías— fue destruido por un terremoto y durante tres años consecutivos (1720-1722). Después de estos episodios, las escasas intenciones de mantener este vino tropezaron con la irrupción del cultivo del plátano, que ocupó el mismo terreno reservado a la malvasía, que necesariamente debe hallarse a baja altitud y mirando al mar. Por esta razón, esta cepa que encumbró al Canary hoy es minoritaria en las islas.
Próximo capítulo:
- Los “tostadillos”
- La malvasía de Sitges y Bayalbujar
- El dulce “tintilla de Rota”
- El Fondillón resucitado
- Los vinos de La Mata y Matola
- El “tent” de Alicante y el “carlón” de Castellón.